SI la audacia pudiera esculpirse en carne y hueso se encarnaría en un Menor Extranjero No Acompañado, un “mena”. Puede que haya sido por decisión ajena, es posible que por decisión propia, puede que lo hayan engañado, puede que se haya engañado, pero un impulso ciego lo ha llevado a emprender un viaje solitario hacia Itaca, o El Dorado. Nadie cantará ni contará su gesta, pero ha llegado a tierra de nadie, por lo menos no a tierra suya, y tras múltiples dificultades, se encuentra en la vorágine de una incertidumbre que presta su ayuda condicionada para seguir viviendo, o sobreviviendo, ante los obstáculos diarios.
Tuvo que superar muchas dificultades. Quiere olvidarlo. La despedida de su familia, o quizá la angustia de haber salido sin despedirse, las agresiones sufridas, los esfuerzos por superar el día a día tras centenares de kilómetros, o las semanas en el mar, entre olas y personas angustiadas que engullen sus ansias de vivir en las noches de tormenta, y llagas provocadas por la sal, ¿malos tratos?, ¿agresiones de todo tipo?, quizá algo de acogida al llegar a la costa, con un poco más de consideración, por ser menor, con asistencia de los servicios sociales junto a otros menores no acompañados.
¿Y el futuro? Cuando cumple 18 años ya no es menor, ha de acompañarse a sí mismo, con los recursos que le han dado los servicios sociales, con la cálida compañía de sus iguales, jóvenes ya, en las mismas circunstancias, con esa camaradería que sustituye a su familia, esa nueva familia que pervive, y porque también desea poder enviar, algún día, algo de dinero a la otra familia en su país, en la que piensa de manera intensa a medida que va madurando. ¿Cómo ayudará si no puede ayudarse?
Muchas de las miradas con las que se cruza tienen un acento supremacista, y no lo ve sólo en quienes faltan al respeto y dicen: “márchate a tu país”. A veces duelen determinadas miradas, frases aparentemente amables, que se realizan desde arriba, incluso cuando le ofrecen las ayudas que necesita, esas asociaciones que le dan el pan y la palabra, pero con las que no consigue conectar en la misma frecuencia, a pesar de sus encomiables esfuerzos. Tiene ya una madurez impuesta por las circunstancias que le han hecho armar su alma, ver desde la distancia, o quizá un brotar permanente de resistencia al odio porque en ocasiones las manifestaciones de desaprobación son demasiado continuadas, como si no tuviese ya suficientes problemas en su propia supervivencia material. Y no le gusta que algunos de sus iguales, desde la desesperación, porque no han tenido facilidades para regularizarse, o porque no son en realidad buenas personas, entran en el torrente de la delincuencia y la marginalidad, como también sucede con otras personas originarias del país en el que vive. Y sobre todo le preocupa que luego le señalan con el sambenito a todo el colectivo.
Las estadísticas dicen que en el país en el que reside hace falta más gente joven, pero la burocracia no le facilita la normalidad. Aunque otras personas de su país originario, compatriotas de más edad, se encuentran con la soga al cuello al no tener papeles, pues el hecho de haber sido menor en el país y dejar de serlo le ha ayudado a regularizar su situación, y eso de tener papeles no es un resguardo de que se va a respetar su dignidad, pero le ayuda a desenvolverse cuando ya no es mena. Es legal, sí, pero sigue siendo invisible.
¿Incorporarse al mercado de trabajo? Claro que sí. Es lo que más desea. En ese piso de transición en el que vive ahora le han facilitado asistir a cursos de formación. Con suerte podrá acceder a algún contrato pero, si no lo tiene, la supervivencia, e incluso la permanencia en el país van a estar llenas de incertidumbre.
Hay quienes pasan diferentes etapas: soñar, huir, adaptarse, aprender? y llegar a ser capaces de emprender, porque su experiencia, sus conocimientos, sus ganas de vivir, su necesidad de convivir en igualdad de condiciones son activos que necesita nuestra sociedad, aunque se vuelva ciega y sorda ante la situación. Nunca han conocido el síndrome de Peter Pan, como el de tantas personas jóvenes de su edad que no desean crecer, al abrigo de la familia, con todo resuelto, sin desear asumir ningún tipo de responsabilidad. Más allá de una perspectiva humanista, muy necesaria, hasta las frías estadísticas nos hablan de que no se puede prescindir de este capital humano. Claro que eso no significa que hay que olvidar a quienes murieron en el mar -la historia colocará la tragedia en sus justos términos- o a quienes siguen malviviendo sin trabajo, sin dinero, en pisos patera, porque al vivir en esas condiciones los papeles les han caducado, son ex menas y no personas.