A este viejo continente amodorrado que dormía a pierna suelta, el bocinazo catalán le ha supuesto la interrupción de un sueño que durante décadas confundió con la cruda realidad. Las luchas armadas y los terrorismos lo cubrían todo y le venían de perillas para ocultar las vergüenzas de los pueblos que en su seno trataban de salir a flote para decidir su futuro. Cuando, afortunadamente, las armas, en Irlanda, Córcega y Euskal Herria silenciaron su trágico tableteo, quedó únicamente la eterna excusa de los nacionalismos, como último velo para tratar de seguir ocultando los problemas de estos pueblos.

Que el inveterado chiquitero Juncker nos tildara de veneno, no me resultó en absoluto sorprendente, porque desde sus tiempos luxemburgueses ha sido un auténtico situacionista de tomo y lomo. Ex primer ministro de uno de los vigentes paraísos fiscales más silenciados del planeta, forma, con la hiena financiera Draghi, uno de los dúos más nocivos que nos podían haber caído en suerte. Los miles de catalanes y vascos que han desfilado por Bruselas y París en las últimas semanas han contribuido a colocarles en el bien merecido podio de la pseudodemocracia de los, ésos sí, ultranacionalistas estados renacidos de la Unión Europea.

Centrándonos en lo nuestro, el periplo carcelario de las huestes de Iparralde, con electos de todo origen y condición que desembocó en París, me parece la consecuencia lógica posterior al desarme y el preámbulo de un desenlace final respetuoso y sentido para con todas las víctimas del conflicto. Ahondando en el tema, me he quedado confuso, y hasta perplejo, con algunas declaraciones del secretario general de Derechos Humanos, Convivencia y Cooperación, Jonan Fernández. Asumiendo que su rol se sitúa en el ámbito institucional y que, desde el mismo, trabaja para promover una modificación de la política penitenciaria, resulta cuando menos sorprendente que, tras afirmar que todas las interlocuciones son positivas, hable tanto de “pisar suelo”, “tocar teclas que propicien los cambios”, “alimentar falsas expectativas” y sea tan cauto con respecto a la movilización. Con su pan se lo coma, pero sigo pensando que ha llegado el momento de aunar fuerzas y no dedicar tanto palabreo a la supuesta disolución de una organización desarmada y totalmente desaparecida del mapa, salvo para los anales de la historia de este pueblo. Cuando se habla de disoluciones, a mi modesto entender, nadie se ha disuelto sin garantías sobre el futuro de sus prisioneros y hasta hay algunos en nuestro entorno, que ni se desarmaron. Pactaron con el gobierno central y se hicieron la foto conmemorativa. Seamos justos y asumamos nuestras responsabilidades, pero en ningún caso las de nuestros tutores vecinos.

Los Artesanos de la Paz propiciaron el desarme con el beneplácito de las autoridades francesas y prosiguen imperturbables su camino pisando tierra firme y negociando para que los presos vascos dispongan de las mismas prebendas judiciales que los comunes franceses. Sus pasos me han parecido cautos, meditados y con un tremendo contenido patriótico. Sin ningún género de dudas, hay rebeldes con causa y aunque muchos de ellos continúen sumidos en el olvido, conviene de cuando en vez refrescar la memoria de tanto refractario a meter la marcha atrás, para analizar el antes y el después de nuestra trayectoria como pueblo. Entre el antes y el después del golpe militar, la dictadura y ETA, han transitado miles de resistentes y colaboracionistas de toda índole que han marcado una época, salpicándola de suficientes luces como para iluminar la escena de ese auto sacramental que parecemos estar viviendo en el contexto oficial de la memoria histórica. Una memoria parcheada y esterilizada democráticamente para no herir la susceptibilidad de muchos de sus relevantes pasados y actuales componentes.

Habiendo sido todos y cada uno de nosotros protagonistas y testigos de lo ocurrido, asumamos ipso facto el papel de verdugos y/o víctimas, responsabilizándonos de una vez por todas de nuestros actos, pareceres y aconteceres. Endilgar al vecino la totalidad de los mutuos padeceres no parece solución idónea para una lectura objetiva de lo ocurrido. Así pues, las unilateralidades pueden, en este caso, ser malas compañeras a la hora de analizar nuestro particular laberinto, del mismo modo, por supuesto, que las actuales trilateralidades con PPs y PSOEs.