SI ciframos la actual población mundial en aproximadamente 7.330 millones de personas, 2.300 millones son cristianas; 1.700 millones, musulmanas; 1.100 millones, hindúes; 520 millones, budistas; 15 millones, judías; 435, de religiosidad popular; 60 millones, de otras religiones no mayoritarias; y 1.200 millones, ateas, agnósticas o no se encuadran en ninguna religión. Podemos decir que las estadísticas y los estudios no reflejan siempre las verdaderas elecciones de las personas, tanto en una dirección como en otra, y que todo depende de las fuentes, pero cualquier estadística no deja de significar alguna aproximación a la realidad, que queda reflejada mejor que con ausencia de datos.

Hoy resultan necesarias las campañas en las que se propone evitar la estigmatización, con el mar de fondo del respeto y la convivencia. Se plantea que cuando un islamista ha asesinado no todos los miembros de esa religión están implicados en tal asesinato; es más, se insiste en que la mayor parte de víctimas de tal fundamentalismo se encuentra entre creyentes de esa misma religión. Deducir de errores del cristianismo que toda persona cristiana está en el error y la miseria moral o identificar a los anarquistas con una imagen desgarbada de punkis con perro es una alteración de la realidad, con todo respeto a punkis y a perros.

He de reconocer que toda esta introducción viene a cuento porque, aunque ya han pasado muchas lunas, uno aún siente desazón por la polémica creada en torno a la exhibición de un cuadro del Cristo de Velázquez, con su cuerpo cuarteado y en venta como en una carnicería, y con explicaciones oficiales posteriores, a cuenta de quienes lo han promovido, donde se hace una nueva definición dogmática sobre lo que significa la eucaristía, lo que no ha hecho más que aumentar esa desazón.

En la novela La Esperanza, de André Malraux, sobre la Guerra Civil española, se lee: “¿Y Cristo? Es un anarquista que ha tenido éxito?”. En El hombre que fue jueves, de Chesterton, podemos leer: “¡Queremos abolir a Dios!, declaró Gregory abriendo y cerrando los ojos con fanatismo. No nos basta con aniquilar algunos déspotas y uno que otro reglamento de Policía. Hay una clase de anarquismo que sólo eso pretende; pero no es más que una rama del no-conformismo. Nosotros miramos más hondo y os haremos volar más alto?”.

Porque así como en el cristianismo hay muchas versiones y sensibilidades, también hay más horizontes ácratas que van más allá de la simple provocación y ridiculización de las creencias de una gran parte de la humanidad. Existen otros horizontes ácratas necesarios que sanean la sociedad desde ese cuestionamiento constante de lo que significa poder, desde una respuesta individual o colectiva contra toda forma de sumisión en las instancias de la vida social y cotidiana. Y algunas de esas versiones para sanear la sociedad también quieren rebelarse, si les dejan, si no les insultan demasiado, contra las viejas formas de lucha heredadas del pasado que congelan lo libertario en la jaula del tiempo y contra el peso muerto de algunas de sus propias expresiones y obsesiones. Saben, además, que en el concepto libertario siempre hay que volver a empezar para sentir que la libertad se mueve y se mantiene viva.

El gran amo a cuestionar hoy es el capitalismo salvaje y el consumismo. ¿Cuánto se recauda y se consume en una txosna en nueve días? Cambiar esa lucha, pensando más en el espectáculo que en la transformación real de la sociedad, es una forma de doblegarse a sus leyes.

Afortunadamente, el corazón rojo y negro sigue vivo, creando hogueras de resistencia alternativa y cultural que pongan de nuevo a volar la imaginación social en todas las luchas que atraviesan el presente. Sigue en pie un ideario flexible e indomable que se recobra de un largo acallamiento y que pretende seguir vivo porque espera ser oído en su afán de recuperar los espacios perdidos de solidaridad y justicia, en su reclamo de una sociedad más libre y amistosa, la que por triple partida respeta a la naturaleza, a la sociedad y a cada persona, tal y como se indica en el Diccionario anarquista de emergencia, de Juan Manuel Roca e Iván Darío Álvarez.

Ni determinadas infidelidades de la Iglesia a Jesucristo, ni determinados errores históricos o el abandono filosófico de algún sector que convierte el anarquismo inicial en cierta militancia casposa pueden ocultar la actualidad de dos mensajes originales invitando a vivir fuera del mandato del dinero y del poder, que en ese aspecto son similares. Y a pesar de que desde diferentes frentes se los quiere ningunear, como si de unos fantasmas del pasado se tratase, siguen estando vivos más allá incluso de algunas tergiversaciones del mensaje primordial y de las estadísticas.