NO lo podía creer. Es verdad que en la portada de aquel pequeño libro escrito en letra gótica que me acababa de mostrar mi compañera Maika Munárriz se leía claramente Pechas de Murillo el Fruto. Pero los nombres de los vecinos y, sobre todo, de las distintas partes del pueblo eran, por decirlo de alguna manera, “demasiado vascos” para un pueblo ribero. Así que decidimos investigar más. Y lo que hemos averiguado supone una pequeña revolución en nuestro conocimiento de las lenguas habladas en el sur de Navarra.

El documento había llegado al Archivo Real y General de Navarra (AGN-NEAN) hace más de un siglo procedente, sin duda, del archivo municipal de la localidad. No tiene fecha ni firma, pero debió ser escrito por Gil López de Sarasa, notario de Olite, hacia el año 1400. Ante él, ochenta vecinos y vecinas de Murillo el Fruto fueron declarando las tierras que poseían y la parte de la cosecha que pagaban por ellas (pecha). Y él fue apuntando pacientemente lo que le iban diciendo: “Romea, mujer de Juan Fortuño: en Legazpea una pieza, un almud? Una pieza en Trankazarra, cuatro cuartales y medio almud. Una pieza en Baratzezarreta, cuatro almudes y medio?”.

El notario, que evidentemente también sabía euskera, podía haber traducido los nombres -como seguramente hizo con el resto de la declaración-, pero optó por escribirlos tal y como se los decían los vecinos en su propia lengua: Aitzurieta, Areatzea, Baratzealzinea, Baratzeberrieta, Baratzebideta, Baratzetako hodia, Buztina, Legazpea, Txorrota, Odia, Uarte, Erteko erregua, Uarteko hodia, Garipentzuko zaldua? por citar, actualizando la grafía, algunos de ellos. Y los recogió con una fidelidad fonética encomiable porque entendía lo que significaban. “Baratzebideta”, por ejemplo, equivale a decir “camino de los huertos”; “Baratzeberrieta”, “los huertos nuevos”; “Erteko erregua”, algo así como “arroyo del medio”. Cierto también que los vecinos mencionaban topónimos románicos como Malpuent, el Parral o la Tranca, que aún se conservan. Pero lo que llama la atención eran los primeros, de los que, a pesar de ser los más numerosos, no se han conservado casi ninguno.

¿Era esta la toponimia de Murillo el Fruto aún en 1400? Rápidamente nos pusimos en contacto con Patxi Salaberri, profesor de la UPNA-NUP y miembro de Euskaltzaindia. Este prestigioso lingüista -que, además, es de la cercana Ujué/Uxue-, había dedicado su tesis doctoral al estudio de la frontera lingüística en las inmediaciones del río Aragón sirviéndose, precisamente, de la toponimia. Salaberri se presentó al día siguiente. Conocía muy bien el tema y no tardó mucho en realizar un minucioso estudio lingüístico que apareció meses después, en euskera, en la revista Fontes Linguae Vasconum del Gobierno de Navarra. En él analizaba no solo los nombres de los términos, sino los de algunos de los vecinos y sus apodos, como Johan Biperr (es decir, pimiento), alcalde de la villa en 1396, o María Garizu (trigosa), Per Arceiz Lucea (el largo), Salvador Ederra (el hermoso) o García Zalduna (el jinete).

En mi opinión, este humilde documento realizado por la propia comunidad local probaría que, aún a principios del siglo XV, la población de Murillo el Fruto era vascohablante. Seguramente, no solo vascohablante. Los hombres especialmente también entenderían el romance navarro hablado al otro lado del río Aragón y en la zona de Tafalla. Y esto, para Murillo el Fruto, es sorprendente. En la cercana Ujué, el euskera siguió siendo la lengua habitual hasta, al menos, el siglo XVIII. Pero allí la mayoría de la toponimia actual es aún euskérica. En Murillo el Fruto, en cambio, los nombres con los que sus vecinos denominaban en su euskera natal a las distintas partes del pueblo se perdieron (o se tradujeron) con el paso del tiempo. Y algo parecido pudo ocurrir en toda la zona. Un documento de 1327 acredita cómo los de Murillo pleitearon por el término de Galzarra, en las inmediaciones de la ermita de San Esteban, ya en Carcastillo. Y otro, cómo poco después obtuvieron del rey la confirmación del arrendamiento de unos pastos, dicen, “desde Ollarzaldua hasta el término de Santacara”.

Debido a la escasez de documentación, conocemos mal la toponimia menor medieval de muchas localidades navarras. Además, los documentos se escribían en lenguas administrativas (latín, romance navarro, etcétera) que no tenían por qué ser las habladas por el común del pueblo. Sin embargo, hasta ahora, historiadores y lingüistas hemos venido suponiendo que, en los pueblos donde hoy día no pervive la toponimia euskérica, no se habría hablado euskera. Los datos que hemos visto aquí al menos sugieren que esto puede ser un error.

En todo caso, el libro de Pechas de Murillo el Fruto prueba que aún en el siglo XV el euskera era una lengua viva en la Ribera navarra. La localidad tiene así el mérito de ser el punto más meridional donde lo podemos documentar en el bajo medievo. No sabemos cuánto tiempo perduraría, ni si aún lo hacía cuando la oleada de jóvenes bajonavarros vascohablantes comenzó a echar raíces allí, como evidencian apellidos muy comunes hoy día en la comarca. Tampoco qué características tenía el dialecto que allí se hablaba. Salaberri supone que no diferiría mucho del hablado en Valdeaibar o Valdorba. De todos modos, hubiera sido interesante poder conocer cómo sonaba ese euskera hablado a las puertas de las Bardenas y, sobre todo, cuándo y por qué se perdió.