ACLARARÉ desde el principio: no soy, ni fui, favorable a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Como en otros muchos casos, el abandono de la Unión puede ser complicado a nivel personal. En mi hogar coexisten tres pasaportes británicos, todos menos el mío propio, que pertenece a un Estado en el que la palabra referéndum provoca gran hostilidad.

La reciente victoria del Brexit abre ahora numerosos interrogantes. Algunos analistas culpan a la insularidad británica -habría que decir inglesa-, a la xenofobia, a la nostalgia de otros tiempos mejores, o incluso al resurgir de grupos de extrema derecha. Sin negar estas razones, creo que hay otro factor fundamental: la propia Unión Europea, cuya travesía política es cada vez más azarosa. El Titanic europeo se puede hundir y algunos han empezado a abandonar el barco.

Pánico, crisis, traición y soberbia son las palabras que saltaron la semana pasada a los titulares de prensa de los medios españoles y europeos nada más conocerse la ajustada victoria en el Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea.

Poco o nada comparto con David Cameron desde el punto de vista ideológico. Aceptó el reto de convocar un referéndum sobre la permanencia de su país en la Unión Europea sin que nadie se lo pidiera. Obviamente, erró en sus cálculos. Casi dos años atrás, también tuvo el coraje de convocar a la ciudadanía escocesa sobre su voluntad de permanencia en el Reino Unido. Lo ganó ajustadamente. Nada más conocerse la victoria del Brexit, David Cameron dimitió, dejando su partido y su país divididos. El primer ministro, sin embargo, no ha roto ninguna de las promesas que hizo a su electorado. Es justo reconocerle su honestidad y valentía política. Más de un gobernante debería tomar nota.

Los perdedores de la globalización Creo que se equivocan aquellos que únicamente ven en el rechazo británico el reflejo de los vientos aislacionistas que tradicionalmente han soplado en la isla. Culpabilizar a jubilados nostálgicos del Imperio, a la mezquindad o a la falta de educación europeísta, me parece, como poco, de un reduccionismo absurdo. La rebeldía, quizás no articulada, contra las políticas de austeridad y contra las élites que la representan deben de tomarse en serio. Sería conveniente recordar la ola de extrema violencia que arrasó el Reino Unido en el verano de 2011.

Basta con dar un paseo por las ciudades industriales del norte y del centro de Inglaterra: Leeds, Newcastle, Bradford, Birmingham. Todas ellas han sido un semillero de votos a favor del Brexit. Los tradicionales votos laboristas se perdieron con Tony Blair, primero; y Gordon Brown, después. Nunca se han recuperado. Clase obrera y clase media venida a menos forman un nuevo estrato social: los perdedores de la globalización. La izquierda no ha sabido, o no sabe, ampararlos. La orfandad política les lleva al individualismo, cuando no les acerca a los partidos más xenófobos y de extrema derecha.

Poco que ver con los elegantes barrios centrales de Londres, donde el apoyo a la Unión Europea ha sido superior al 70%, según el diario The Guardian. De nada han servido los llamamientos de figuras reconocidas de la sociedad británica para seguir en la Unión Europea. Para aquellos que ganan seis libras a la hora con contrato basura, las preocupaciones de las élites quedan muy lejos.

El ‘Titanic’ europeo Hay miedo a las reacciones que puede suscitar el Brexit en otros países europeos. El contagio no es descartable. Marine Le Pen, líder de la derecha francesa, quiere también un referéndum para su país. Los daneses, que ya votaron en contra de la normativa europea en materia de seguridad, no quieren ceder más autonomía nacional y prefieren no estar en el núcleo central de la UE. En Grecia, la popularidad de la Unión Europea está bajo mínimos tras las recomendaciones de las políticas de austeridad. En España, a pesar de haber sido una de las grandes beneficiarias, más de 150.000 millones desde 1986, un 47% no aprueba las políticas de Bruselas, según el Pew Research Center. Tampoco la gestión de los refugiados sirios ha satisfecho a la Unión: las acusaciones de falta de solidaridad entre los socios estuvieron a la orden del día y existe sensación de incapacidad y falta de acuerdo a la hora de tomar grandes decisiones. Algunos empiezan a comparar la Unión Europea con un Titanic a la deriva. Si en la posterior negociación para la salida del Reino Unido se toma una postura dura y radical es posible que el iceberg esté ya tocando la línea de flotación. Lo saben bien Merkel y Obama, que han recomendado un “divorcio amistoso” entre las dos partes.

Escocia antes no y ahora sí Reino Unido es hoy un país dividido. Tras el Brexit, los independentistas escoceses no están demasiado felices. Los resultados en Escocia han sido los más favorables al voto europeísta; un 62% de los ciudadanos quiere quedarse. Estoy más que convencido de que el voto a favor de la permanencia de Escocia en la Unión Europa responde en muchos casos a una especie de venganza política. Ahora, la salida de la Unión Europea puede provocar la celebración de otro referéndum, según afirma Nicola Sturgeon, ministra principal del gobierno escocés. Si se produce, es probable que los soberanistas escoceses se alcen con el triunfo y abandonen el Reino Unido. La negativa de hace un año de los mandatarios de la Unión Europea a aceptar a Escocia como país integrante de esta parece haberse difuminado totalmente. Londres tomará nota de ello, sin duda.

Otro tanto, aunque más complicado, sucede con Irlanda del Norte, donde los votos a favor de la pertenencia a la UE han superado a los del Brexit, apoyados por los unionistas leales al Reino Unido. El Sinn Feinn ha pedido su anexión a Irlanda, pero no parece probable que en el corto plazo la isla quede unificada. Las armas, ahora silenciadas, podrían romper el precario equilibrio de la paz.

No son tiempos fáciles para el Reino Unido, tampoco lo son para la Unión Europea. Las políticas de austeridad, la burocracia, el secretismo con el Tratado Transatlántico de Libre Comercio y las políticas de inmigración son las aguas turbulentas a las que se tiene que enfrentar el Titanic; ahora ya sin uno de sus socios más poderosos. Todo ello sin contar con los codazos que habrá entre ellos para sustituir el papel que jugaba Londres.