HACE todavía no muchas fechas DEIA incluyó a Euskalerriko Eskautak en sus premios solidarios. Es interesante eso de los premios, sobre todo cuando se destaca la función social desde un prisma determinado. Son necesarias las palmaditas en la espalda. Gustan los mimos de la sociedad, pero también hay problemas que se están agrandando porque las varias decenas de grupos que se incluyen en esta asociación, y otras de este estilo, tienen cada vez más problemas para realizar los campamentos de verano. Sólo por contextualizar, no está de más indicar que hay más de cuarenta millones de scouts en más de doscientos países, y que más de quinientos millones de personas han participado en movimiento mundial.
En 1940, el escultismo quedó suspendido porque el régimen monopolizaba las actividades de formación juvenil, pero en pocos años vuelve a resurgir en torno a parroquias y colegios y en 1966 se crea la delegación diocesana de escultismo en Bizkaia, que enseguida funcionó con estructura federal, como supradiocesana, el único modo que se tenía en aquel momento de plantear una opción educativa con una opción de país, a imagen de los Minyons Escoltes catalanes que también contribuyeron a la creación del MSC en el Estado español. En 1983, se constituyó Euskalerriko Eskautak, con las supradiocesanas de Bizkaia, Gipuzkoa, Álava y Navarra, con un proyecto común.
Desde ese momento, el tiempo libre como espacio educativo tiene un referente indispensable para educar en valores y crear redes sociales en familias, jóvenes y chicos y chicas. Las bases de tales grupos están integradas por personas voluntarias que, además de dedicar parte de su tiempo durante el año en reuniones, excursiones y diversos compromisos activos en barrios y pueblos, dedican quince días de sus vacaciones a realizar unos campamentos que se inician en un terreno sin ningún tipo de instalaciones y, poco a poco, se va construyendo lo que podemos denominar una ciudad de lona, con todas las prestaciones que un sistema de austera auto-organización colaborativa permite. Eso extraña en una sociedad obsesionada por la seguridad, competitiva e insolidaria, atiborrada de consumo y de aparatos tecnológicos de última generación. Decía Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”. Esa es la clave de la educación en valores, pero de unos valores orientados a dejar el mundo mejor de como se ha encontrado.
Ahora hay programas para corregir todo tipo de excesos y esta organización es una baza para cuestionar, por ejemplo, las adicciones al móvil, y la influencia de su producto estrella, el whtasapp, con humo. Sí, con humo del fuego de campamento, sin sonidos que se colocan en medio de conversaciones, si es que se conversa, y ese miedo a olvidarlo en casa. Quieren que en un campamento de este estilo no se eche de menos el ordenador o el Smartphone. Pero el fuego de campamento está prohibido, aunque no las canciones y las representaciones que nos hacen extrañar la pantalla de televisión. Es un rescoldo sobre el que merece la pena seguir soplando para que no se apague. Todavía es posible hacer una cabaña o un vivac y utilizarlo para dormir, pero construir un puente ya no es posible. Y como se quiere garantizar la seguridad de las personas frente a inundaciones prohibiendo la acampada a menos de cien metros de la zona inundable de un río, esas actividades lúdicas y educativas, que es la cara oculta del trabajo en valores y de la felicidad en la infancia y la adolescencia, tienen cada vez más dificultades para poderse realizar dentro de la legalidad actual.
Decía Séneca: “La naturaleza tenía previsto que no necesitáramos muchos pertrechos para vivir felices; cada uno de nosotros es capaz de crear su propia felicidad, las cosas externas apenas tienen importancia?”.
Pues sí, somos capaces de poner la frase en nuestras redes sociales -de hecho el texto tiene ese origen- , subrayarla con “me gusta”, e inmediatamente aceptar que existan leyes que dificulten la instalación de campamentos de verano en zonas en las que habitualmente se han realizado durante decenas de años.
Todo esto parece que va a cambiar, pero a peor, porque el crecer autónomamente, en solidaridad y colaboración con otras personas, en una austeridad no impuesta, con planteamientos de apertura al servicio y al compromiso social en barrios y pueblos tiene un estilo que no es de uso habitual, es un rescoldo. Pero hay que seguir soplando, y animando a quienes lo hacen.