LA definición de pueblo de Potiomkin se usa cuando se quiere describir una cosa muy bien presentada para disimular su desastroso estado real. Según una leyenda moderna, en 1787, antes de una visita de su soberana, la zarina Catalina de Rusia (la grande), el mariscal Grigori Potiomkin hizo edificar fachadas pintadas a lo largo de la ruta de visita. Así presentaba pueblos idílicos en la recién conquistada Crimea, encubriendo la pobreza y miseria que existía en la zona.
¿Se puede decir que hoy en día vivimos en la Ciudad Potemkin? ¿En qué tipo de escenarios es válida la comparativa? Si tenemos en cuenta que los patrones de comportamiento humano han sido siempre los mismos y que sólo cambian las formas, tenemos multitud de ejemplos que muestran, en efecto, la persistencia de este modelo en el tiempo.
El caso del instituto Nóos (en griego, mente; en la práctica, cartera) es un ejemplo claro de Ciudad Potemkin. Se trataba de pagar enormes cantidades de dinero a cambio de charlas y conferencias (en teoría), aunque las instituciones públicas pagaban esas cantidades de dinero para ver lucir a personas relacionadas con la familia real (en la práctica). Está bien pagar por discursos que aporten ideas, dudas y conocimiento a sus asistentes. No tiene sentido hacerlo en casos de figurantes.
Una contabilidad usada para enmascarar las cuentas reales de una empresa o institución es también un caso claro de Ciudad Potemkin. Cuando empresas que aparentemente van bien vemos que están en quiebra, algo no cuadra. El dicho popular argumenta que el contable contratado es aquel que a la pregunta “¿cuánto es uno más uno?” responde “¿cuánto quieres que sea?”. Nunca he podido comprender cómo una empresa que un día cotiza en bolsa a un nivel razonable aparece hundida al día siguiente: el caso reciente más claro es el de Abengoa (ahora bien, parece que el plan de reflotamiento que se acaba de proponer está mejorando las perspectivas).
No sé si la discordia existente por el hecho de formar el Gobierno y las negociaciones existentes se puede asociar a una Ciudad Potemkin; ahora bien, se puede percibir que todas las negociaciones son sólo simples fachadas. Y es que existe una solución muy sencilla: aquellos que desean el bien común que ofrezcan sus políticas a cambio del voto a favor de una determinada investidura. Y en el caso de ver que no se realizan sus políticas, que tumben el Gobierno. Es muy fácil. Por supuesto, nadie lo hace ni lo reclama. Eso es debido a dos posibles razones. Primero, no quieren el bien común sino el puesto. Segundo, no creen en sus políticas. Sin ninguna duda, las dos razones son terroríficas.
Y es que relacionado con todo ello están todos los casos de corrupción, que demuestran muchas veces que algunas licitaciones públicas siguen, en efecto, el modelo de Ciudad Potemkin. Aparentemente, todo se hace muy bien y se cumplen los requerimientos teóricos. En la práctica, todo es una simple careta. Unos sobres por aquí, otros sobres por allá.
Siempre me ha preocupado el hecho de que mi vida pudiese ser una Ciudad Potemkin: una fachada. Cuando alguien vive por encima de sus posibilidades (esta frase es familiar, ¿no?), aparenta una vida muy feliz o un gran equilibrio personal puede estar ocultando miserias humanas. En fin, esto es uno de los equilibrios más difíciles de nuestra vida: mantener la consistencia entre lo que decimos, lo que pensamos, lo que hacemos y lo que somos. Y es que cuando dos personas están hablando, en realidad es como si hubiese seis: como nos vemos a nosotros mismos, como somos en realidad y como nos ve la otra parte multiplicado por dos. Mantener este equilibrio es un reto persistente, que nunca termina, y además es apasionante.
En fin, va a resultar que esta gran cantidad de ejemplos nos van a hacer pensar que vivimos en una Ciudad Potemkin, ¿verdad? Y puede que un poco sí. Pero en el fondo, el mensaje es esperanzador. Sólo si sabemos dónde estamos y cómo son los retos a los que nos enfrentamos, podemos tomar las mejores soluciones para nosotros mismos y para nuestros problemas de convivencia.
Así pues, necesitamos personas que se dediquen a limpiar todas estas fachadas de cartón piedra. Hacer actividades concretas por su fondo, no por su forma. Comprar, ver y valorar las cosas por su contenido, no por su continente. No dejarnos llevar por el exterior y aprender a intuir el interior. Pues sólo limpiando la suciedad, quitando las máscaras y comprendiendo lo que ocurre (ya lo dijo Ortega: lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa) podremos construir la base que permita generar un desarrollo humano sostenible.