PRETENDE servir este texto de compañía, más que de explicación, a una obra artística como es La República vasca, de Antonio de Guezala (1889-1956), mi abuelo, que cobra en estos tiempos, ocho décadas después de ser pintada, una excepcional vigencia.

Representa la figura de una república que es, a la vez, patria vasca. No sostiene hojas de laurel, símbolo de efímeras victorias, sino de roble, del Roble de Gernika, símbolo de libertad, de democracia y, también, de excepcional resistencia. Una ikurriña se imagina más que adivina, esbozada en el pecho de la figura femenina o radiante tras su cabeza. Y bajo ella, como símbolo de futuro, cuatro niños representan al obrero, al arrantzale, al baserritarra y al intelectual, que sostiene el libro que leen todos.

Una alegoría con raíces, como el propio roble, también en la tradición artística vasca, visible por ejemplo en la principal vidriera que ilustra el Palacio de la Diputación en Bilbao, diseñada como alegoría de Bizkaia precisamente por el suegro del pintor de esta República, Anselmo de Guinea (1854-1906), mi bisabuelo, que fue considerado por la primera generación de nacionalistas vascos como el pintor de la patria.

Antonio de Guezala realizó esta obra en un tiempo de ilusión y esperanza en el que la ansiada libertad para el Pueblo Vasco llegó a verse como una posibilidad, cuando el reino de España, huido su titular, Alfonso XIII, pudo convertirse en una república en la que, fruto de la voluntad de sus habitantes, las personas pasaron de ser súbditos a ser ciudadanos. Y perdieron su predominio secular la monarquía y el ejército, la oligarquía y la Iglesia católica.

Amanecieron días en los que a la mujer se le reconoció su derecho al voto. En los que se trabajó por una mayor justicia social para campesinos y obreros. En los que se procuró que la educación dejara de ser patrimonio de unos pocos. En los que se pudo acomodar la administración pública a la realidad de las diferentes naciones, la mayoritaria y las minoritarias, existentes en el Estado.

El sueño acabó en pesadilla, no tanto por los errores que se pudieron cometer por aquella naciente República española como por la voluntad decidida de recuperar el poder por los pocos que lo habían acaparado hasta entonces, por medio de la violencia. Tras perder la candidatura nacional-católica española las elecciones generales en febrero de 1936, en julio la mayor parte del ejército se rebeló contra el gobierno legítimo y la voluntad del pueblo que lo había elegido.

Fracasó el golpe, pero se desencadenó una guerra criminal, como todas, y genocida, como pocas, que los defensores de la libertad y de la democracia terminaron, terminamos, perdiendo. El pueblo vasco no fue más afortunado que el español y tendría que sufrir, además, un fortísimo ataque contra su identidad, prohibido su idioma e incluso sus nombres propios, que pudo llegar a hacerle desaparecer.

Antonio de Guezala, el pintor de La República vasca, combatió por su causa como pudo, armado de pinceles, pintura y arte, realizando los decorados para las representaciones del grupo Eresoinka, de danzas y coros, que recorrió Europa como embajador cultural del primer Gobierno vasco. Cuando regresó del exilio a Bilbao, su alma estaba quebrada por la derrota, destruida como la ciudad que había tenido hasta entonces un desarrollo artístico y cultural increíble en relación a sus dimensiones. El fascismo de la dictadura no permitiría en Bilbao otra inteligencia que la del régimen, muy escasa, anulando, expulsando o matando a los artistas o intelectuales que hasta entonces la habían habitado.

Un hijo de Antonio de Guezala, Anselmo de Guezala (1920-1968), mi aita, no encontró clemencia por parte de los vencedores a pesar de ser menor de edad, teniendo solo 17 años al regresar del exilio. En el fondo, todos los habitantes de la dictadura habían pasado a ser menores de edad, con la única excepción del dictador, el caudillo Francisco Franco. Fuera por ser miembro de una familia nacionalista vasca o por haber sido acusado de dibujar, en un tiempo en que se podía esperar que los sublevados no ganasen la guerra, una caricatura del Generalísimo montado sobre un cangrejo junto a un poste que indicaba la dirección de Bilbao, fue apresado e internado en un campo de concentración desde el que sería trasladado a otros muchos, tanto en la península como en las posesiones coloniales españolas en África. Pudo sobrevivir a aquella terrible situación pero, como tantos otros, no a los 39 interminables años de la dictadura de Franco.

39 años de franquismo y otros tantos de juancarlismo han supuesto no solo 78 años sin la libertad para poder decidir nuestro presente y nuestro futuro sino, también, 78 años de propaganda del Régimen en los que se ha demonizado o ninguneado al período más democrático del siglo XX, la II República española, en la que pudimos comenzar a imaginar una república vasca.

Volverán a sonar clarines, timbales y trompetas por las calles del Madrid por el que al final pasaron, vaya que si pasaron. Un nuevo jefe del Estado español, militar, por supuesto, se estrenará con el principal argumento de haber sido designado, y engendrado, por el designado a su vez por Francisco Franco. Aunque más débil que nunca, a pesar de que la parafernalia propagandística del Régimen pretenda ocultarlo, su ideario nacionalcatólico español se mantiene incólume en lo esencial de su esencialismo.

Pero también nos mantenemos nosotros. Habiendo sobrevivido a la dictadura y a la monarquía. Izan garelako gara eta garelako izango dira. La República vasca de hombres y mujeres libres que pintara Antonio de Guezala nos mira y enamora cada vez más. Los vascos tenemos cada vez más claro que nadie tiene que decidir por nosotros y el siglo XXI va a ser, más tarde o más temprano, el tiempo en que podamos hacerlo. Salud y República vasca.