LA estupidez es una característica inherente a la condición humana y, en mayor o menor medida, todos los congéneres que habitamos el planeta -seamos herederos genéticos de neandertales o no- experimentamos los efectos de esta común habilidad por hacer el tonto. Es como si en el hipotálamo, esa parte sustancial del cerebro que organiza y controla conductas tales como la alimentación, la ingesta de líquidos, el apareamiento o la agresividad, tuviésemos una pieza defectuosa de fábrica que, en ocasiones, nos hace resultar imbéciles.
Pero, ¿cuáles son los síntomas más acusados que ponen en evidencia un acto de estupidez? Hay muchos y de distinto grado. Los más comunes, a mi modo de ver, son los señalados en el siguiente decálogo.
1.- Cuando se pregunta algo irracional y, peor, se responde inadecuadamente. Por ejemplo, dos diputados socialistas preguntaron al Gobierno de Mariano Rajoy en abril cómo afectaría la Ley de Costas a la provincia de Guadalajara. Cuatro meses después, llegó la respuesta del secretario de Estado de Relaciones con las Cortes. La provincia manchega está a más de 300 kilómetros del litoral, por lo que la citada ley no le afectaba en nada. Ciento veinte días para constatar lo irrefutable.
2.- Cuando se hace algo cuya responsabilidad se elude a sabiendas de que nadie te creerá. Es como cuando dos personas viajan en un ascensor y una de ellas expulsa una aromática flatulencia. Uno silba y mira al techo, tose y echa un vistazo a ambos lados como si nada pasara. Tú, que sabes a ciencia cierta que no has sido, estás a punto de la intoxicación, pero tu educación no te permite tan siquiera hacer una mueca de asco. Así que optas por no respirar. Casi hasta la asfixia. Mientras tú te sientes mal, el causante de la bomba fétida canta aquello de "pío-pío, que yo no he sido".
Salvadas las distancias es como quien siendo responsable de la quiebra de Fagor se empecina en actuar con la prepotencia de creerse por encima del bien y del mal y desoye los requerimientos de quienes le piden que asuma las consecuencias de sus hechos. Y, para arreglar el entuerto se justifica diciendo que MCC se encargará de recolocar en sus empresas a los socios cooperativistas afectados. ¿Cómo? Mandando al paro a trabajadores interinos para que sus plazas sean ocupadas por aquellos. Vamos, que el número de desempleados será el mismo, si bien la solidaria corporación salvará de paso a Lagun Aro de hacer frente de las indemnizaciones correspondientes de sus socios de Fagor, al tiempo que los eventuales que vayan al paro tendrán que ser atendidos por la Seguridad Social. Es decir, solidaridad solo con los míos. Al resto de penalizados que les parta un rayo y el pago de sus prestaciones sociales, a escote. Huele mal ¿verdad?
3.- Cuando se interpreta que la culpa siempre es de los otros. Esto es común en todas partes. Echar la culpa a los demás es, verdaderamente, el deporte más practicado en esta sociedad. El árbitro en el fútbol, el gobierno o la oposición en política y hasta la mala suerte son causas comunes de los fracasos no asumidos. El colmo de esta estupidez generalizada fue escuchar a un partido político, tras una derrota electoral, culpar de su fiasco a los votantes. No supieron elegir bien, o la "sociedad vasca no estaba suficientemente madura".
4.- Cuando se argumenta que las cosas pasan porque sí. El vaso se ha roto. ¿Él solo? Para fundamentar esta tesis, se prodiga la utilización de la pasiva refleja. Es decir, "se decidió, siguiendo los recortes prodigados por Zapatero, eliminar en un 5% la subvención a la educación concertada". ¿"Se decidió"? ¿Quién tomó la decisión? ¿O se recortó por generación espontánea?
Amedo sobre el GAL: "Se mataba". ¿Quién? El GAL. ¿Por qué? Pasaba porque tenía que pasar.
5.- Cuando se conduce en dirección prohibida y se piensa que son los que vienen de frente los que contravienen el código de circulación. El arquetipo es el ministro Wert. Un peligro para todos, incluido él mismo. Su última decisión -ya corregida- sobre las becas Erasmus es un ejemplo palmario. Estos individuos sufren de una estupidez de carácter esférico. Sin aristas. Se les tome por donde se les tome, resultan intrínsecamente bobos.
6.- Cuando se acusa a los demás de algo que tú también has hecho, simplemente por malmeter. Patxi López ha acusado al Gobierno vasco de "echar en un saco sin fondo" los 50 millones que inyectó a Fagor. Lo que Patxi López no recordaba o sabía es que de esos 50 millones, 27 fueron integrados por el gobierno del que él fue lehendakari. ¿Un lapsus? ¿Ignorancia? No sé qué es peor.
7.- Cuando se pide a todo el mundo que actúe en una dirección y se insta a que los demás hagan algo mientras que quien lo dice se dedica a otear el horizonte. Son los líderes del hayque. "Hay que hacer esto", "hay que hacer lo otro". Martin Garitano tiene un máster en la materia. Al tiempo que desde su enmoquetado despacho foral "analiza el impacto de la crisis de Fagor", insta a MCC, al Gobierno vasco, a Kutxabank o a Iparkutxa a adoptar decisiones que mitiguen la quiebra de la cooperativa. "Hay que hacer", pero que hagan otros. Del análisis a la parálisis. Y si la tensión de tanto compromiso atosiga, unos buenos potes en compañía de amigos desengrasa el estrés. La mañana del pasado jueves, sin ir más lejos, la bilbaina calle Ledesma sirvió para reducir su presión de la olla de Fagor.
8.- Cuando se está en babia y no se oculta. Pregunta de periodista en las puertas del Congreso: "Señor presidente, ¿qué opina de la sentencia del Tribunal europeo respecto a la doctrina Parot?". Mariano Rajoy: (sic) "Que llueve mucho". Sin palabras.
9.- Sensu contrario, cuando una persona se siente en poder de la verdad absoluta y su comportamiento rezuma prepotencia. Mi madre sentenciaría, "habló Blas, punto redondo". Por poner un ejemplo que se comprenderá solo, cuando reflexiona Aznar, el universo enmudece (quizá de vergüenza ajena). El expresidente está de gira promocional del segundo volumen de sus memorias. Y en esa ronda de marketing se está despachando a gusto. Su última ocurrencia ha sido determinar que "las sentencias de Estrasburgo dicen que Bildu no es legal". Se trata de una verdad tan absoluta como las armas de destrucción masiva en Irak o la autoría de ETA en los atentados del 11-M. El "recio caballero castellano", como alguien le definiera antaño, levita en su púrpura mayestática. Si se lo propusiera, sería el presidente de la tercera república española. Y sin cazar elefantes. "Alábate mierda, que el agua te lleva", respondería mi madre.
Y 10.- Cuando uno mismo no es capaz de asumir que a él también le patina el hipotálamo. Y que se equivoca como el que más.
Pero eso, a mí, no me ocurre. Jamás de los jamases. Casi ningún día de la semana caigo en la estupidez. Casi los lunes, casi los martes, casi los miércoles... Será, probablemente, por mi condición de neandertal poco evolucionado.