DICEN que el paso de los años suele ser el mejor recurso para poder reflexionar con cierta objetividad desde la lejanía en torno a una idea. En este caso, esta surgió, al leer la prensa escrita, tanto local como estatal, del mes de octubre de 1997, el de la inauguración del Guggenheim Bilbao. Una de las críticas al Museo Guggenheim Bilbao que más resaltaba fue la de ser producto de una nueva agresión del colonialismo cultural. Artistas como Jorge Oteiza llegaron a sostener que Guggenheim significaba la venta de la cultura vasca a una multinacional del espectáculo, una versión de Disneylandia aplicada al arte. Hubo políticos que la tachaban de base militar de la OTAN cultural, denostada como una sucursal americana más. Richard Serra respondió que el Guggenheim no era ningún MacDonald's y para el director, Juan Ignacio Vidarte, el museo no era ningún reflejo del imperialismo americano, a lo que añadía que si la vía de ese imperialismo se traducía en que pudieran venir a Bilbao las obras más importantes del mundo en arte moderno o contemporáneo, no le preocupaba esa discusión ideológica.

Al leer la prensa escrita del momento, previo, durante y tras la inauguración del museo, uno se queda con la extraña sensación de que Bilbao vivió una espectacular borrachera; una borrachera del arte, una borrachera de la cultura, una borrachera de admiración, una borrachera del espectáculo, una borrachera de asombro, una borrachera económica, una borrachera política, una borrachera de los medios de comunicación, una borrachera de incredulidad, una borrachera de los sentidos, una borrachera de los símbolos, una borrachera del éxito, una borrachera del transformismo? Los vascos tenemos fama de que nos gusta beber y esta no fue sino una demostración más de esa necesidad de embriagarse, dados los dramáticos momentos por los que pasaba la ciudad. Era absolutamente necesario tanto para olvidar como también para celebrar el éxito de reinventarse como ciudad. Somos hijos e hijas del exceso. En todo esto algo tuvo que ver la terrible hipoteca que dejaron las autoridades franquistas. Tal vez por ello tengan hoy un mayor predicamento algunas de las reflexiones de los profesores Joseba Zulaika o Ana María Guasch, sobre lo que la arquitectura podía hacer por una ciudad en decadencia. O que tras la exitosa experiencia de Bilbao, toda ciudad del mundo quería un Guggenheim. Se hablaba de clonación respecto de Nueva York.

Mi propósito, sin embargo, no será otro que plantear más incertidumbres que respuestas e incluso una faceta diferente sobre esa, por algunos, temida invasión, colonialismo o americanización, porque durante los años del franquismo, podemos llegar a sostener que esta ya se había producido, pero nadie reparó en ella o, dicho de otro modo, sus efectos no fueron percibidos como tales, tal vez por su fracaso o por su abandono o porque durante aquellos años todo lo que llegaba de EE.UU., al ser objeto de deseo y de admiración, era simplemente reproducido. Ya ha sido constatada la influencia que la arquitectura, el urbanismo y la construcción de los Estados Unidos ejercieron sobre Bilbao por la necesidad para las autoridades franquistas de mimetizar algunos de los símbolos de ciudades de éxito -como eran Pittsburgh o Nueva York-, tratando con ello de hacer de Bilbao la capital industrial y financiera de la España de Franco. Hubo varias influencias de esa americanización que afectaron a Bilbao en mayor o menor medida durante el periodo franquista. Una de las principales vías de introducción fue a través de la construcción de las bases americanas. Otra, los viajes de los arquitectos, ingenieros, constructores, industriales y científicos a los EE.UU., financiados por el Ministerio de Industria o a través de becas como la Eisenhower. A las que se añadiría la extraordinaria labor difusora de publicaciones como Informes de la Construcción o del Instituto Técnico de la Construcción (en Bilbao Ensayos e Investigación y Labein), dos de los instrumentos que dejó el profesor Eduardo Torroja como herencia de su pensamiento. Es conocido que Torroja fue un gran defensor de los preceptos americanos; de ahí su estrecha relación con Harvard, Princeton o el MIT, o con instituciones como el American Concrete Institute, American Society for Testing Materials o la American Welding Society.

Desde los EE.UU. llegaron a Bilbao algunos de los ideales que se debían de seguir para suscitar el progreso científico, dada la relación que hubo con ese país por su gran capacidad económica e industrial. Incluso la prensa escrita -tanto nacional como local- se dejó llevar por esa absoluta fascinación. Baste recordar la influencia que ejercieron desde los años 50 los arquitectos californianos, porque quien estuvo al frente del proyecto de las Architects Enginers Spaniers Basiers fue un icono de la arquitectura californiana; Frederic L. Langhorst, quien fuera discípulo y colaborador durante años del extraordinario Frank Lloyd Wrigth en Taliesin. Posteriormente trabajó en el estudio Burham Hoyt y William Eilson Wurster, junto a su esposa, la también arquitecto Lois Wilson Langhorst. En el año 1949 le concedieron el Premio de Honor del Instituto Americano de Arquitectura. Al de un año llegó a Europa y fue nombrado arquitecto jefe del cuerpo de ingenieros de la armada americana en Livorno. Posteriormente, en París, fue nombrado arquitecto director de la firma Daniel Mann, Johnson y Mendenhall. Y ya en el año 1954 fue nombrado por la armada americana jefe del Departamento de Arquitectura e Ingeniería de las bases americanas en España. Junto a Langshort estuvo como jefe del departamento de anteproyectos Jaques Seltz, arquitecto de origen suizo que llegó de Europa a EE.UU. junto a Mies van der Rohe, trabajó en Chicago con algunos de los más reputados arquitectos del momento -incluso para la oficina de Skidmore Owings y Merril de Nueva York- y pertenecía a la firma Pereira y Luckmann de Los Ángeles al llegar a Madrid. A través de la influencia que ejercieron los americanos sobre los españoles, no solo les enseñaron cómo aplicar de manera rigurosa los american standars, la labor de oficina, los sistemas constructivos y los innovadores materiales, sino que también provocaron una admiración y fascinación por los avances tecnológicos y científicos suscitados por aquel país.

La otra vía fue a través de las experiencias de los técnicos que viajaron a los Estados Unidos, entre ellos merece destacar Eugenio Aguinaga, que junto a otros arquitectos e ingenieros bilbainos estudió el problema de la vivienda en EE.UU., las oficinas estatales o locales de las organizaciones americanas análogas al INV, visitó los organismos dependientes de las Home Builders y las oficinas de los arquitectos más reputados: Frank Lloyd Wrigth, Mies van der Rohe, Walter Gropius, Richard Neutra, Ludwig Hillberseimer, Eero Saarinen, Louis Khan, o las oficinas de SOM, Pereira y Luckmann, Shaw Metz y Dolio, Satterle, Smith y Gorman, IM. Pei, Victor Gruen o Welton Beckett, entre otros. Tal y como sostuvo el arquitecto Sáenz de Oiza al volver de EE.UU., "el espíritu americano es inventivo por todos los lados". Al regresar, estos técnicos tratarían de materializar lo allí observado, desde un reconocimiento por el progreso técnico y económico, suscitando un cambio de mentalidad, de difusión e innovación técnica y científica, a través de unos modernos laboratorios. Fomentarían el papel fundamental de la investigación, con rigor científico, impulsando las ventajas del pensamiento científico, porque los americanos rendían culto a la investigación y a la productividad. Las influencias que llegaron a Bilbao iban desde la utilización y aplicación sistemática de los procedimientos standarizados americanos, el frigidaire; los drive-in; el término efficiency al abordar los problemas de la vivienda; los shopping center; la expresión ingenuity o la inventiva propia, base de la eficiencia americana; o el vocablo coverage o cobertura del terreno para el tipo de edificación más adecuado al que en los EE.UU. se le daba tanta importancia. Unido a los standars oficiales en urbanismo y en construcción, estaba el término confort o lo que era lo mismo, el alto nivel de bienestar material; al que seguirían el término simplicity en arquitectura o steel country para definir a todo un país; los rascacielos, el ascensor, Nueva York como la ciudad del éxito, de la verticalidad triunfante y del Museo Guggenheim.

En los años 50 y 60 los Estados Unidos eran tenidos desde Bilbao como el "milagro de la modernización". Es curioso, porque décadas después, con la llegada del museo Guggenheim a Bilbao se volvía a emplear el mismo término por Herbert Muschamp desde el New York Times Magazine en septiembre de 1997 con un artículo titulado El milagro de Bilbao. Bilbao experimentó esa americanización, sin duda, pero por encima de las necesarias críticas yo me quedaría sobre todo con las palabras de Frank O. Gehry, quien sostuvo un ideal cuando menos cautivador: "Durante aquellos años vimos que poco a poco se había producido una importante interacción entre la cultura vasca y la americana".