HASTA ahora, Turquía ha vivido polarizada entre un nacionalismo laico, propio de los sectores urbanos más desarrollados, y un islamismo tradicional en el que se ha refugiado la población rural más desfavorecida. Con el afán de refundar la Turquía moderna, Erdogan, nuevo "padre de la patria" (Atatürk), trata de unir islamismo, nacionalismo y europeísmo con su entrada en la Unión Europea. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (Adalet ve Kalkinma Partisi o AKP); a menudo denominado en Turquía Ak Parti, ya que sus seguidores emplean el vocablo en turco Ak, (que significa blanco, limpio, o intachable) es un partido conservador moderado, de tendencia demócrata-musulmán, a la imagen y semejanza de los partidos demócrata-cristianos europeos. No en vano es miembro observador del Partido Popular Europeo desde 2005.

Respecto al proceso de integración en la UE, el primer ministro turco Erdogan ha impulsado múltiples medidas reformistas encaminadas especialmente a colocar el Estado turco en sintonía con los parámetros que le impone Europa para acoger a Turquía como un estado de pleno derecho dentro de la Unión. Así, la abolición de la pena de muerte y el paulatino progreso en el respeto de los derechos de la población de los kurdos en el este del país fueron reformas que sirvieron para que la Comisión Europea aconsejara iniciar el proceso de negociaciones para el ingreso de Turquía a la UE, pues a juicio de la (OCDE), la apertura de negociaciones dinamizaría la economía turca y daría impulso a la inversión extranjera (Turquía posee actualmente el mayor índice de crecimiento de toda la zona de la OCDE y la adhesión de ese país a la UE respondería al interés de las dos partes).

Sin embargo, las discusiones de adhesión, que se iniciaron en octubre de 2005, están prácticamente estancadas y algunos países del bloque, como Francia y Alemania, se oponen a darle a Turquía el estatuto de miembro pleno y prefieren la perspectiva de una asociación. En realidad, la cuestión de fondo de la firme oposición franco-alemana es el temor a la pérdida de poder político, pues con el nuevo Tratado de Lisboa, la población pasará a ser un elemento determinante para medir la importancia de cada país en la UE. Así, la gran conquista de Alemania en el nuevo tratado (el reconocimiento a su mayor peso tras la reunificación) se desvanecería a la luz de la bomba demográfica que representa Turquía, pues en la UE ya viven hoy más de 3,7 millones de turcos (cifra que corresponde casi a la población de Irlanda) y se calcula que en el momento de la adhesión definitiva, la población musulmana de la UE aumentaría en 72 millones, pasando del 5% actual a cerca del 20% de la población total. El segundo impedimento para los turcos con vistas a la adhesión es el diferencial de renta per cápita con respecto a la UE (sería la mitad de la media la UE), por lo que existe el temor de que el nuevo socio acapare la mayor parte de los fondos europeos.

Sin embargo, dicha política podría volverse en contra de la UE, pues los procesos de adhesión han funcionado como un instrumento democratizador y reformista del continente y caso de cerrarse el proceso de ampliación sin Turquía se corre el riesgo de que los valores democráticos que la UE ha exportado hacia los países de la extinta URSS, sean reemplazados por los ideales expansionistas de la Nueva Gran Rusia. Con ello, se alteraría notablemente el escenario geopolítico europeo para la próxima década. Por ello el presidente estadounidense Barack Obama apoyó en Praga la candidatura de Turquía a la Unión Europea (UE), al decir que "avanzar hacia la adhesión de Turquía a la UE sería una señal importante de nuestro compromiso con esta agenda y de que seguimos amarrando Turquía a Europa".

Sin embargo, las relaciones turco-estadounidenses se han visto afectadas en los últimos años por la oposición de Ankara ante la intervención de EE.UU. en Irak y Obama evitó una crisis en la OTAN al conseguir que Turquía aprobase el nombramiento del primer ministro danés Rasmussen como nuevo secretario general de la Alianza Atlántica, nombramiento que finalmente Erdogan aceptó debido a que Obama se había declarado "garante" de ciertos compromisos que se abstuvo de detallar pero que podrían comprender un acuerdo tácito de un futuro reparto de los pozos petrolíferos del Kurdistán irakí. Así, aunque los diarios turcos recordaron entonces sus palabras en 2004 en contra de la adhesión de Turquía al bloque -"Los valores universales que están en vigor en Europa, y que son valores fundamentales del cristianismo, perderían fuerza con la entrada de un país musulmán como Turquía"- en la actualidad, Turquía sería para Obama el paradigma de país islamista moderado y demócrata que desearía exportar al resto de países del Oriente Próximo, por lo que Erdogan contaría con su apoyo incondicional como elemento de referencia en el laberinto geopolítico de Oriente Próximo.

Sin embargo, la revuelta de la plaza de Taksim se habría convertido en el epicentro del pulso soterrado entre los seculares (liderados por el Partido Popular Republicano (CHP) y el Ejército (TSK) y los islamistas moderados, encabezados por el AKP. Así, Erdogan proseguiría con su taimada estrategia de implementar el Estado erdoganista, (socavando los pilares del Estado secular que en 1923 implantó el Padre de la Turquía Moderna, Mustafa Kemal) y que se plasmarían en pinceladas como la implantación de la enseñanza del Corán en la escuela primaria, restricciones a la libertad de expresión en forma de encarcelación de periodistas opositores o la polémica restricción de venta de alcohol. Prueba evidente de que si Mustafáa Kemal creía que "el secularismo y la europeización de Turquía eran los medios más aptos para transformar su país en una nación industrial moderna", el kemalismo dejó como herencia una crisis de identidad en la sociedad turca, europeizada pero no integrada en las instituciones europeas y musulmana pero extraña al mundo islámico.

Y en esto, el Ejército turco sigue desempeñando un importante papel político en la sombra, puesto que se consideran los guardianes de esa naturaleza secular y unitaria de la República siguiendo los postulados kemalistas y a instancias precisamente del estamento militar, los partidos políticos juzgados como anti-seculares o separatistas por el Poder Judicial turco pueden ser declarados ilegales. Ya en vísperas de la elección de Abdullah Gül como presidente de Turquía (agosto del 2007), las Fuerzas Armadas afirmaron que interviendrían decisivamente "en la defensa del laicismo ante los esfuerzos de determinados círculos de socavar los valores fundamentales de la república que han aumentado claramente en tiempos recientes", advertencia próxima a la retórica del golpe militar de 1980 y que podría extrapolarse a la situación política actual.