UN acontecimiento en torno al cual miles de personas salen a la calle, o a la carretera, enarbolando un símbolo, aunque sea deportivo, necesariamente tiene un significado. En el ser de un pueblo aún se mantiene, aunque no es determinante, la transmisión de una generación a otra. La fiesta, el encuentro masivo intergeneracional en la calle, sea cual sea la disculpa, no sustituye, ni condiciona, pero es un signo, entre otros, de un sentimiento de unidad, sobre todo, en tiempos de crisis de valores. Por eso hoy se siguen buscando grandes personas, o grupos futbolísticos, del pasado o del presente, como el Athletic, grandes acontecimientos que suban por encima de los tejados de la ciudad a las nuevas estrellas con emblemas, himnos, banderas, carteles, uniformes? que contribuyen a fijar una memoria para el recuerdo.
A pesar de todos los problemas de nuestra sociedad, los sentimientos que afloran en determinados momentos en el seno del pueblo son muy dignos de tener en cuenta. Y sobre todo cuando ese sentimiento une a distintas tendencias políticas y formas de ver la vida, aunque eso no signifique que han desaparecido las diferencias. Si hay una decisión de salir del propio territorio, entrar en otro, manifestar los signos propios, y volver a casa con ellos, esperando tener que volver a decirlo de nuevo, pues nunca desaparece de la memoria, queda sellado el sentimiento de pertenencia a un pueblo.
Reafirmar la propia identidad nada tiene que ver con la conquista de otros pueblos. Y aunque hoy no va por aquí la cosa, que bastante hemos tenido con el trágico siglo XX, donde la guerra y la invasión de un pueblo por otro han marcado cicatrices en el alma, a uno le habría gustado que todos estos movimientos ni siquiera se hagan con un leve llamamiento a combatir contra otro pueblo. Es más constructivo encontrarse con los similares, compartiendo el uniforme, aunque en el caso del fútbol a veces sucede que los rivales son los similares. Pero que la manifestación de un sentimiento no se haga por ideología, ni por venganza es ya una conquista de la democracia. ¡Paradojas del fútbol!
Que miles de personas se desplacen a Madrid, con un sentimiento que va más allá del deporte, me ha hecho sentir un escalofrío positivo, como ha sucedido en algunos barrios y calles de Bilbao. Es como si, de repente, existiese un gobierno de unidad nacional, un frente unido, dejando a un lado las divergencias políticas o sociales, concentrándose en las plazas, en torno a unos colores, algo así como una unión sagrada, sin identificaciones sociales, aunque curiosamente hablamos solo de Bizkaia.
En nuestro contexto político-deportivo me gustaría que aprendiésemos algo sobre el perdón y la reconciliación, como deja transmitir el personaje de Mandela en la excelente película Invictus, pero quizá significa llegar demasiado lejos. No olvidemos que el deporte que mueve grandes masas no es un símbolo ingenuo. Y quienes intervienen en este campo tampoco lo son. Necesitamos una cierta cohesión política y no quiero entrar en el debate sobre si una pitada representa una revuelta simbólica contra un determinado concepto de unidad nacional. Porque una nación nunca es un pueblo. Es uno o más pueblos, un conjunto de pueblos. No hay naciones, ni siquiera pueblos unidos, solo olas sucesivas de diferentes sensibilidades con más o menos presencia en una colectividad. Pero no por eso dejan de existir los pueblos. Y además no hace falta que todo el mundo esté de acuerdo, de ahí la importancia del sentido de pluralidad, con pitos o con palmas.
En toda colectividad existe un conjunto de actitudes individuales y de sentimientos. Existe una identidad social, con lazos afectivos relacionados con unos símbolos, unos hábitos, y un sentimiento de solidaridad con quienes forman parte del mismo colectivo, para asimilar como propios los éxitos y los fracasos de un suceso, en este caso deportivo, que sirve de aglutinante. Claro que estamos hablando de una coyuntura, la de un espectáculo deportivo, en la que no se tiene muy en cuenta a la otra persona, a lo que piensa, a lo que puede aportar, a lo que es, a lo que podemos construir en común, pero es un síntoma, una manifestación de sentimientos que hace salir a la luz algo que, ya se sabe, ha sido producida por la siembra de sentimientos de pueblo.