YA lo decía Samaniego: "A un panal de rica miel / dos mil moscas acudieron, / que por golosas murieron, / presas de patas en él. / Otra dentro de un pastel / enterró su golosina. / Así, si bien se examina, / los humanos corazones / perecen en las prisiones /del vicio que los domina". Con todo respeto, uno piensa que es la primera lección que deberían aprender quienes estudian economía, y quienes pontifican sobre economía. Porque lo que se pone en cuestión en esta fábula es la base misma de nuestro sistema económico. Se le llama máximo beneficio porque no nos atrevemos a denominarle avaricia. Así, caemos como moscas. Nos ofrecen créditos, lujos, ventajas, publicidad, espectáculo, placer, y quedamos envueltos en la miel que nos impide volar y la vida de millones de personas se convierte en una tragedia bufa. Y a quien entierra su golosina dentro de un pastel para poder degustarlo con tranquilidad, o para poder invitar, se le desacredita como persona ajena a la cultura dominante.

El símbolo, por otro lado, puede recordarnos Las Moscas, esa obra de teatro escrita por Sartre cuando consideraba que el nazismo iba a permanecer. Al tener perspectivas de seguir viviendo bajo su dominio, a pesar de que no ser aceptable, utiliza los personajes de Orestes y Electra que buscan vengar a Agamenón, su padre muerto, a manos de Clitemnestra y Egisto. ¿No es posible ya la resistencia intelectual? ¿Ya nadie puede considerar que, a pesar de que todo habla en contra, otro mundo es posible, otro sistema económico es posible? El capitalismo financiero en el que vivimos provoca muertes, y a sus cadáveres, o ante sus cuerpos enfermos, acuden moscas que revolotean, sucias y asquerosas, aunque en los medios de comunicación se quiera dorar la píldora de otra forma. Hoy se llama créditos a las moscas que revolotean sobre cuerpos enfermos y cadáveres sociales, aunque a veces también se tiene la honradez intelectual de llamarles deudas. Porque quien vive con deudas sobrevive en su cuerpo enfermo, y no descansa hasta que consigue liberarse de las moscas.

En ningún momento queremos afirmar que vivimos como en tiempos del nazismo, no hablamos de crimen y exterminio directo, tampoco olvidamos que Sartre no tuvo una mirada demasiado lúcida ante algunos aspectos del comunismo de Stalin, y no planteamos ningún tipo de venganza, pero somos conscientes de que ante estas ideas se ríen a carcajadas los sacerdotes de los nuevos templos, resguardados en los despachos de las modernas Torres de Babel que compiten con ser más altas para demostrar su poder, ya sean empresas multinacionales o bancos. Y suena políticamente poco correcto afirmar que el capitalismo financiero quiere convertir en un cadáver al estado de bienestar. Hoy se acepta cualquier reforma porque se dice que es el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, o nuestra Europa, tan lejos y tan cerca, quienes nos obligan a tomar decisiones molestas para que no se enoje el dios del mercado, o para que no tengan que venir desde China a salvarnos, ya que sería una vergüenza para el sacro-monetario imperio anglo-franco-germánico de Occidente.

Es preciso reivindicar la libertad de equivocarse ante las vías del economicismo triunfante y del pesimismo social ante la crisis. No es sano que un pueblo viva con miedo, como la ciudadanía de Argos en la obra de teatro que citamos. Convertimos el futuro en drama si estamos demasiado pendientes del Ibex. Porque ya que estamos acostumbrados a mirar hacia otra parte cuando se cometen injusticias, también es posible mirar hacia otro lado diferente al de la evolución de los mercados. ¿Por qué no lo hacemos?

Electra pone por encima de todo su deseo de justicia, libertad y felicidad, aunque su forma de actuar se enfrente a la consideración de que su actitud es absurda, o políticamente poco correcta, algo que hoy gusta tanto afirmar, pero nunca se pone en práctica en cuanto se tocan las leyes del mercado, que lleva todas las de ganar. Que permanezca al menos la integridad moral, la afirmación de que siguen siendo necesarios los principios de un humanismo en el que la felicidad de las personas, de todas y cada una de las personas, sea el objetivo de la sociedad, y no el máximo beneficio, a costa de las personas. Ya sabemos que todas estas afirmaciones son absurdas para quienes hace tiempo que han olvidado los principios morales y aceptan que hablar de ética en una economía de mercado como la actual es contradictorio, pero para resolver la contradicción eliminan uno de los dos conceptos, el de la ética, claro está.

Y así, nos permitimos releer el poema de Machado, escrito seguramente con otra intención diferente: "Vosotras, las familiares, / inevitables golosas, / vosotras, moscas vulgares, / me evocáis todas las cosas. // ¡Oh viejas moscas voraces / como abejas en abril, / viejas moscas pertinaces / sobre mi calva infantil! // ¡Moscas del primer hastío / en el salón familiar, / las claras tardes de estío / en que yo empecé a soñar! // Y en la aborrecida escuela, / raudas moscas divertidas, / perseguidas / por amor de lo que vuela, / -que todo es volar-, sonoras / rebotando en los cristales / en los días otoñales... / Moscas de todas las horas, / de infancia y adolescencia, / de mi juventud dorada; / de esta segunda inocencia, / que da en no creer en nada, / de siempre... Moscas vulgares, / que de puro familiares / no tendréis digno cantor: / yo sé que os habéis posado / sobre el juguete encantado, / sobre el librote cerrado, / sobre la carta de amor, / sobre los párpados yertos / de los muertos. // Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas". Nos tomamos la licencia de sugerir la palabra deuda allí donde aparece la palabra mosca. Resulta más amable en el texto, más adaptada al sistema. Aun así, sigue dando motivos para pensar.

Hay tantas moscas revoloteando que, como en la fábula de Samaniego, nos llevan a perecer en las prisiones del vicio que nos domina?