AcABAN de celebrarse los fastos en recuerdo del vigésimo aniversario de la caída del muro de Berlín. Alemania y la Unión Europea se han vestido de gala, arropadas por todos los que creemos en la democracia junto a otros que han querido salir en las fotos conmemorativas con el corazón en otra parte, lejos, centrado en sus propios intereses.

Creo que ya se ha dicho y escrito casi todo sobre este muro de la vergüenza convertido en icono de un siglo que fue una auténtica calamidad de violencias. No obstante, quiero resaltar que en las declaraciones institucionales faltó un recuerdo comprometido contra los muros de la vergüenza que se han levantado después de aquél contra la libertad y la justicia, que siguen en pie y cuya presencia casi ha dejado de ser noticia.

Todos conocemos la existencia de los muros de Ceuta y Melilla, las dos barreras que Europa ha permitido frente a la pobreza de África. La de Marruecos -¡2.720 kilómetros!-. Son bien conocidas las paredes de hormigón que Israel levanta adentrándose en parte del territorio palestino y la ratonera de Gaza; la muralla de Estados Unidos frente a México, de 1.000 km. de longitud, con toda la frontera plagada de detectores infrarrojos, cámaras, radares y torres de control. El muro divisorio de Chipre, el que separa a Corea en dos o el que levantaron los británicos en el Ulster.

Pero es que en India han construido un muro de 3.300 kilómetros en la zona de conflicto con Pakistán. Y este país ha hecho lo propio para blindarse de Afganistán con otro muro de 2.400 km. Irán también comenzó a levantar el suyo contra Pakistán y los baluchis, que viven a ambos lados de la frontera, han quedado divididos. Uzbekistán ha levantado vallas electrificadas acompañadas de minas antipersona para separar su país de Kirguistán y Afganistán. Otro muro poco conocido es el de Kuwait frente a Irak con cercas electrificadas, alambres de púas y anchas zanjas de cinco metros de profundidad. Y para defender la mayor reserva petrolífera mundial, Arabia Saudí se ha parapetado tras otro muro de 9.000 kilómetros fronterizos con barreras físicas y largos tramos de vigilancia por satélite, cámaras, radares y sensores electrónicos. Además, en las zonas lindantes con Yemen, ha robando, de paso, siete km. de territorio yemení. Por su parte, Bostwana ha levantado barreras electrificadas para que no le lleguen refugiados que huyen de las matanzas de Zinbawe...

La caída del muro de Berlín no pudo lograr la restitución de la vida a los que la perdieron tratando de escaparse, ni tampoco pudo echar para atrás que doce millones de alemanes fuesen integrados en Polonia y en territorios de las extintas URSS y Checoslovaquia. Pero algún estadista europeo de prestigio, si es que queda, debería habernos recordado en la celebración berlinesa que aquel símbolo de la Guerra Fría, con su caída propició el paso a un nuevo mundo ilusionante regido por nuevos anhelos y esperanzas de libertad y justicia que todos estos muros no dejan florecer.

Es hipócrita no haber denunciado en la capital alemana estas nuevas barreras que solo perjudican a los más pobres. Pero es que algunos gobernantes que celebraron la caída del muro alemán mantienen el suyo o financian la construcción de otros muros. Muros contra el terrorismo, el contrabando, la inmigración irregular; por la seguridad nacional, la defensa de los recursos económicos... Todo vale para enmascarar la desvergüenza al servicio de permanentes violaciones de derechos humanos ¿Para cuándo un acto de protesta único contra todos los muros de la vergüenza?

Con todo, el peor muro de todos es el hambre que pasa una gran parte de la humanidad que Hélder Cámara, cuando era obispo de Brasil, llamaba bomba M (de miseria). No hay más que ver como la reciente reunión de la FAO en Roma ha sido ignorada por algunos dignatarios políticos (entre ellos Rodríguez Zapatero), a pesar de la gravedad de los datos que allí se expusieron.

Qué dos nuevas ocasiones perdidas (Berlín y Roma) para que Europa se hubiese erigido como lugar de universalidad frente a sus responsabilidades históricas.