Hay tanto fútbol en televisión y entre ambos hay tanta relación de dependencia que el balón ha dejado de ser redondo para adoptar la forma rectangular de los televisores y así rueda de maravilla.
Sin el espectáculo del fútbol la televisión decaería y sin la financiación de la publicidad el fútbol retrocedería a los años sesenta del siglo pasado. Cuando se queje usted de tanto anuncio, recuérdelo: la publi financia la tele y toda la prensa libre. ¿O prefiere el modelo público británico BBC, con el pago del canon anual de 174,50 libras, unos 200 euros? Pertenecemos a la era del homo publicitarius, desarrollo perfecto del homo sapiens.
Con la Liga ya en marcha comienza un periplo de 380 partidos de pago, más los de las competiciones europeas y sin contar los de Copa que ofrece gratis TVE. Serán decenas de millones de telespectadores en casa y en el bar, sin incluir a los piratas que encuentran un atajo. Ir contra ellos como si fueran delincuentes es como los normandos persiguiendo a Robin Hood. Hasta la selección estatal femenina alcanzó una audiencia de seis millones en la final de la Eurocopa. Una locura que riega de riqueza a jugadores, clubes, ciudades y una economía de consumo apabullante.
Suspenso en retórica
La tele quiere innovar sus retransmisiones, pero fracasa. Los comentaristas suspenden en retórica, aburren. Originarios de la radio, con exceso de verbo y pobre narrativa, pretenden dejar su sello y quedan lejos de Carlos Martínez y sus solventes crónicas. Agarran el micrófono como estacas y dicen palabras pretenciosas como cuerpear, opacar y encimar. Los antiguos pasaron de orsay a fuera de juego, de balón a esférico, de árbitro a colegiado, sin más historias. ¿Y no podría haber alguna mujer más entre los locutores? Solo hay una, Sandra Díaz, y no es de las mejores.