Tal y como fue la feria en Ibrox Park, lo único inadmisible desde la perspectiva del Athletic era perder. Aunque en fútbol estamos curados de espanto, se reconocerá que la posibilidad de la derrota ni se contempló. Agirrezabala ni rompió a sudar, quedó inédito, solo hubo un remate contra su portería que se marchó fuera, en la primera parte. No obstante, partiendo de esta premisa, la valoración del rendimiento ofrecido y del desenlace solo puede ser negativa.

Uno entiende que el entrenador haga un ejercicio de contención ante la prensa y trate de suavizar las cosas con reflexiones del tipo: “me sabe a poco, pero tenemos mejor resultado que el que hicimos en Roma”, “no se ha perdido ninguna oportunidad porque ningún equipo resuelve una eliminatoria en un partido” o “estoy encantado de no recibir gol en estos tres últimos partidos, es maravilloso”. Ocurrencias bastante elementales, simplonas, y fácilmente rebatibles las enunciadas por Ernesto Valverde, que sí, que todos sabemos que intentan atenuar la decepción provocada por la mala noche del equipo. El primer consciente de lo que realmente ocurrió es él mismo.

Seguramente, todos o un porcentaje mayoritario de quienes criticamos el comportamiento de los jugadores, en nuestro fuero interno pensamos que en San Mamés la ronda se sacará adelante. Razones no faltan: el desigual nivel de los contendientes y el hecho cierto de que el 0-0 obliga a que ambos propongan fútbol, entendiendo por tal, además del balance defensivo, la búsqueda del gol.

No es comparable tirarse todo un partido metido atrás, aunque el plan estuviese justificado, que avanzar líneas a fin de pisar el área rival. Fiar la suerte a un catenaccio entraña su riesgo, pero no deja de ser un planteamiento asequible que puede hasta resultar rentable para un conjunto como el escocés, especialmente si el adversario contribuye con su ineficacia. Ahora bien, la obligación de marcar un gol como mínimo conlleva una exigencia superior y plantea un escenario que, en teoría, favorece al Athletic, al que por supuesto se le presupone que no saldrá a especular ante su afición. No va con su personalidad, ni se le ocurriría de haber cobrado ventaja en la ida, de modo que con el empate qué decir.

La preocupación que se respira en la calle, en general, obedece a determinados síntomas que el equipo ya trasmitía antes de viajar a Glasgow. De entrada, le está costando marcar, no se recuerda un período de sequía como el presente. La producción en ataque, así como el índice de eficacia rematadora, aparecen como señas de identidad muy claras en la notable trayectoria del Athletic del último año y medio. Este déficit de gol asoma como una consecuencia directa del calendario. Más tarde o más temprano tenía que llegar un descenso en las prestaciones.

Al margen de la calidad que haya repartida entre los futbolistas, el secreto de los éxitos del Athletic descansa en la capacidad del colectivo para jugar a ritmos prohibitivos para gran parte de sus rivales. El trote acumulado a día de hoy, desde hace un puñado de semanas para ser precisos, se manifiesta en las piernas de bastantes de los más habituales en las alineaciones. El cansancio o, si se prefiere, la pérdida de frescura salta a la vista en gente con gran peso específico. Iñaki Williams, el hombre de goma, sería el paradigma. El asunto de las lesiones tendría el mismo origen. Las molestias musculares están afectando a muchos jugadores, el número de partes médicos lo atestigua. Hay incluso, hombres que vuelven y recaen, que tienen dificultades para conseguir una continuidad.

En fin, la chispa que impregnaba el fútbol de los rojiblancos no se enciende como antes. Por fortuna, esta realidad no conlleva una merma patente en el trabajo defensivo. La estructura conserva un grado de solidez que, a falta de gol, permite al equipo competir. El Athletic no se deshace fácilmente, tendrá limitaciones para imponer su ley en el marcador, pero sigue siendo un hueso para cualquiera. Posee un sistema para proteger el área que funciona y la actitud del personal no admite reproche alguno.

En este contexto, se antoja clave la gestión de la plantilla. Le toca a Valverde medir bien los minutajes y exprimir todas las opciones a su disposición. Los objetivos establecidos siguen a tiro.