El 26 de septiembre queda muy lejos ya, pero lo que sucedió ese día, además de que con el discurrir de la competición se reveló premonitorio, sirvió para que el Athletic se quitase de encima las dudas y complejos con que afrontaba el regreso a Europa seis años después de su última aparición. El empate arrancado con justicia en el Olímpico se consideró un gran éxito, no podía ser de otro modo toda vez que, sobre el papel, el estreno en el torneo tuvo lugar en el peor escenario posible y ante el rival más poderoso de cuantos figuraban en el grupo.

Luego, se demostró que lo de la Roma no era para tanto, que en la valoración pesaba más la fachada, el nombre, la fama, que su auténtico potencial. De hecho, en la liguilla fueron surgiendo adversarios mejor estructurados, aunque desconocidos superiores al conjunto italiano a la hora proponer fútbol. Pasa mucho eso de que la competición contradiga las previsiones. El Athletic ha podido dar fe de ello en el itinerario cubierto de la Europa League.

Sin duda, el Athletic hubiese preferido como rival en octavos al Viktoria Plzen y, puestos a elegir, resultaba más apetecible el Oporto, víctima de los italianos, o el Ferencvaros, apeado por los checos. El suigéneris sistema ideado para la presente edición del torneo propicia situaciones extrañas, cómo calificar si no la alta probabilidad de enfrentarse en dos ocasiones al mismo rival, cuestión que podría repetirse de nuevo en cuartos de final con el Fenerbahce.

En fin, dejando a un lado el caprichoso y economicista criterio de la UEFA, habrá que decir que el segundo emparejamiento con la Roma pilla a los hombres de Ernesto Valverde en un buen momento. Así lo reflejan sus resultados. Realmente, el Athletic está siendo capaz de asimilar la densidad del calendario, los altibajos que afectan a todos los equipos al cabo de seis meses en el tajo no le han hecho mella.

También la Roma tiene mejor cara que en el inicio de curso. Tras los rápidos despidos de Daniele de Rossi e Ivan Juric, la llegada en noviembre de Claudio Rainieri le ha proporcionado cierta estabilidad. El veterano técnico, que anunció su adiós definitivo de los banquillos el pasado junio, no pudo negarse al requerimiento del club de sus amores. Su tercera etapa en el banquillo de la Roma no está siendo un camino de rosas, pero cuenta con la adhesión emocional de la hinchada y el respeto que le conceden las canas y una dilatada carrera donde no ha faltado de nada, pero que lógicamente le otorga un merecido prestigio.

La figura de Rainieri es clave en el dubitativo renacimiento de un conjunto que continúa siendo excesivamente dependiente de la imaginación y el estado físico de Paulo Dybala. A sus 31 años, el argentino conserva la estampa juvenil, así como una zurda prodigiosa, como comprobó este jueves el Oporto. En su liga, la Roma lucha por alcanzar al grupo de cabeza y ocupa la novena plaza, pero ha ganado cuatro de los cinco compromisos más recientes. Son casi la mitad de las victorias que acumula en la Serie A, o sea que tiene sentido afirmar que va enderezando el rumbo.