Parece que Ander Herrera va a poner el punto final a su estancia en el Athletic. La noticia, pendiente de la confirmación oficial del club, se produce pocos días después de que Mikel González, director de fútbol, dijese en Arabia Saudí, la víspera de la semifinal de la Supercopa, que “Ander es un grandísimo jugador, que encima está contando. Para nosotros es muy importante tanto en el campo como en el vestuario; su veteranía, su experiencia en días como mañana, que Ander lo ha vivido en diferentes países. Para nosotros es fundamental”.

Unas declaraciones en sintonía con todas las realizadas por los máximos portavoces del club (presidente, entrenador y el propio González) desde que Herrera regresara a Bilbao el verano de 2022. Palabras que el paso del tiempo ha convertido en auténticas memeces, carentes del más mínimo fundamento. El único objetivo de este tipo de mensajes ha sido justificar un fichaje que pretendió ser un golpe de efecto y se reveló una ruina deportiva y económica, desde el principio hasta el día de hoy. Sus autores no han cejado en su inútil empeño por blanquear o maquillar una iniciativa negativa en todos los sentidos. Querían eludir la responsabilidad, aunque lo único que han conseguido sea ponerse en evidencia.

Desde luego, no ha sido Herrera quien peor parado ha salido de esta historia. Y eso que el jugador ha sido incapaz de dar una medida siquiera decente o discreta; su aportación se halla a años luz de lo que cabe esperar de alguien consagrado, captado para dotar de criterio al fútbol de un grupo con mucha juventud en su seno.

Más allá de su anodino impacto en la competición, llama la atención su paupérrima disponibilidad. Víctima de problemas físicos reiterados, por no decir crónicos, que él mismo (pues tampoco puede permanecer callado) admitió que ya arrastraba en su anterior club, Herrera ha estado en torno a 200 días de baja. Lo cual se ha traducido en que únicamente ha participado en la mitad (61) de los (118) compromisos del equipo. Siendo titular solo en 26. Fue el vigésimo jugador de la plantilla en minutos en su primer año, decimoquinto en el segundo y desde agosto figura como el vigésimo primero.

La elocuencia de estos datos no ha sido impedimento para que Herrera gozase de un amparo institucional imposible de justificar. No existe en el mundo un futbolista “fundamental” con un papel tan exiguo como el de Herrera. De ahí quizás ese tesón por alabar su peso en la caseta, cuando se supone que se le trajo para que se exprese sobre la hierba. Una pieza fundamental no queda inédita en la final de Copa conquistada, donde intervinieron hasta diecisiete compañeros, pero González ni se sonroja al pronunciar su apología “herrerista”.

Y encima, va el destinatario de las alabanzas y casi seguido decide largarse, consciente de que no pinta nada en Bilbao, pese a que el Athletic vive su temporada más intensa y exigente en mucho tiempo. A todo esto, ¿de quién fue la ocurrencia de renovar su contrato el último verano cuando la decadencia del jugador era palmaria?

Tendría gracia que el argumento fuese la importante rebaja de ficha que Herrera habría aceptado. Más que nada porque si se conociese qué ha costado su pertenencia al equipo en los dos años previos y se combinase con lo expuesto sobre su rendimiento, la valoración del caso adquiriría una dimensión escandalosa. Ibaigane calla, el presidente intentó pasar de puntillas asegurando que nada habían pagado al PSG, que solo se abonaría “la parte que nos corresponde de los dos años de Herrera”.

Claro, pero es que mientras estaba en París, el protagonista de la historia percibía 650.000 euros mensuales. A partir de aquí, que cada cual haga sus cuentas, pero ningún profesional pasa de cobrar eso a conformarse con una ficha discreta, menos en el sitio donde reclaman sus servicios para dos años. Por mucho que Jon Uriarte lo vendiese como cesión con opción de compra, extremo que además fue negado rotundamente por Herrera. “Sabía desde que vine qué cobraría cada uno de los dos años”, proclamó. Él es así y porque es así, ahora se va tan tranquilo. l