Cuatro victorias y dos empates en un tramo con partidos cada tres o cuatro días que concluye mañana en Montilivi, certifican que el Athletic está de dulce. Se diría que el tesón y el pragmatismo han estado por encima de la soltura o la brillantez, lo cual no resta un gramo de valor a su comportamiento. Al revés, las dificultades percibidas en varias de las citas recientes elevan el crédito del equipo, más bien de la plantilla, sometida a una agitación permanente con modificaciones constantes y masivas en la elección de las alineaciones. 

El potencial del grupo asomaba como la gran incógnita en los albores de la temporada, ante la certeza de que Ernesto Valverde estaba abocado a alternar sus piezas con una frecuencia no vista. El reto consiste en potenciar la energía del colectivo a partir de la dosificación de esfuerzos. Implicar en la competición al máximo número de futbolistas era una necesidad inaplazable que se está revelando beneficiosa. Lo refrendan los resultados.

Es posible que tanto cambio repercuta en la calidad del juego, que sea el factor que en ocasiones (no en partidos completos, sino en fases más o menos largas de los mismos) impida ver en acción al Athletic que durante el año anterior machacaba rivales con cierta asiduidad. Admitida esa relación causa-efecto, hay que pensar que no deja de ser algo lógico a estas alturas, cuando solo van diez encuentros. Para empezar porque la combinación de semejante tute y el baile de nombres constituye una novedad, una realidad compleja, no fácil de asimilar. Sobran precedentes de clubes que han pagado caro en el ámbito doméstico la factura que implica pasearse por Europa.

A lo largo del último lustro, la dinámica del Athletic ha sido bastante menos exigente. Salvo en enero y semanas sueltas de febrero o marzo, siempre que fuese superando rondas de Copa, la agenda podía catalogarse como llevadera. Sin punto de comparación con la actual. Ahora está programado un calendario que extiende la fase de grupos de la Europa League hasta enero (ocho partidos) y aún no se han determinado las fechas de las rondas coperas y de la Supercopa, que también llegarán, claro.

Con este panorama, el rendimiento observado desde septiembre invita a mirar con fe el corto y medio plazo. El Athletic ha gestionado con solvencia su primera incursión en una feria donde la hiperactividad recuerda al bullicio de un circo ambulante de cuatro pistas. Mantener el tipo según vayan transcurriendo los acontecimientos requerirá un esfuerzo extra tanto en el plano físico como en el mental. Por de pronto, ha dejado muestras de su capacidad para no decaer y subsanar deficiencias sobre la marcha.

A medida que todos los jugadores se acostumbren a entrar y salir de la pizarra del técnico e interioricen su importancia en la suerte del colectivo, la cosa irá rodada. Sobre todo, en el supuesto de que los marcadores sean favorables en una proporción acorde a las expectativas. Pero, no se olvide, que hablamos de un itinerario plagado de recovecos, pendientes, baches. Vendrán días malos. No se puede descartar que más adelante esta felicidad que hoy saborea el entorno sea sustituida por la decepción, que ojalá sea pasajera. Codearse con los buenos no suele salir gratis. La gloria cuesta, como la fama de la canción.