LA deriva institucional del Athletic traspasa con pasmosa celeridad límites que se creían infranqueables. En el fondo y en las formas, la actual directiva exhibe una incompetencia que empieza a generar angustia. Lo ocurrido ayer lunes clama al cielo. Por más que se intuyese que Iñigo Martínez y Oier Zarraga dejarían el club –salidas que suponen una gran merma en el potencial de un equipo que no está para bromas, como se ha visto en la campaña recién concluida–, cabía pensar que en Ibaigane tendrían cuidado para no ponerse en evidencia de modo tan grosero.
Claro que era prácticamente imposible quedar bien ante el socio cuando la gestión relativa a estos casos es un compendio de errores estratégicos y de malas prácticas. Los dirigentes lo tenían muy complicado para salir airosos del trance con el que pretendían dar carpetazo al asunto. No obstante, quedaba la esperanza de que se taparían un poco, que no sería un desnudo integral. Para ello disponían de la baza de sendas notas emitidas con pocas horas de diferencia. La redacción de las mismas les deja en pelota picada. Hombre, motivos había de sobra para dudar de sus habilidades comunicativas, pero es que peor no se puede hacer.
La tendenciosidad que rezuma el anuncio de la marcha de Iñigo Martínez resulta insuperable. Sostiene que el jugador adopta su decisión porque “rechaza la oferta del club”. Y remacha el clavo: “el jugador ha decidido emprender un nuevo rumbo profesional”. Remata el argumento aludiendo a “diferentes intentos de negociación en las dos últimas temporadas” y a que Iñigo “ha mantenido su rechazo a la oferta”.
Vale, por un instante consideremos como cierta esta versión y ahora obsérvese la terminología para explicar el adiós de Zarraga: “no continuará después de que el club y el futbolista no hayan llegado a un acuerdo para la renovación”. Esto sí que es verdad. Los contactos existieron, al igual que las diferencias entre las partes. Otra cuestión será valorar los datos del tira y afloja en el contexto global de la plantilla. Material para tratar en otro momento.
Lo que denota el primer comunicado es un desmedido afán por atribuir a Iñigo la responsabilidad de su cambio de aires. Una huida hacia adelante del peor estilo, puesto que el pecado de la directiva estriba precisamente en que nunca se ha dirigido al jugador para proponerle que siga en el Athletic. Si lo hubiese hecho, podría haber calcado el contenido del comunicado sobre Zarraga. No nos hemos entendido y punto. Pero qué va: la directiva, desde que ejerce, ni se ha dignado a llamarle. Eso sí, ha resaltado por activa y por pasiva su interés en renovar a Iñigo, mentira gorda certificada por su inacción.
La labor de una directiva del Athletic es hacer cuanto esté en su mano para reunir a los mejores jugadores, especialmente a los que ya están bajo su disciplina. Si ni siquiera se digna a establecer el contacto, sencillamente no tiene perdón. Deberá rendir cuentas al cuerpo social. Escudarse en que el jugador no quiere firmar sin haber entablado una sola conversación, sin consultarle, es de una ridiculez supina, patético. El colmo de la incapacidad se refleja en esa nula voluntad por resolver la situación. Con trasladar una propuesta, aunque se diseñase para provocar la respuesta negativa de Iñigo, la directiva hubiese cumplido con su obligación. Al menos en apariencia, se hubiese cubierto y evitado el papelón protagonizado.
Normal que Iñigo exteriorizase su indignación y catalogase el texto oficial de “deshonesto” tras afirmar que “nunca ha rechazado una oferta porque no ha existido” por parte de la actual directiva. Tampoco es honesto aprovechar una iniciativa ajena para manipular los hechos y, por el mismo precio (gratis), cuestionar la integridad del jugador. “Los intentos de negociación en las dos últimas temporadas” que esgrime la directiva de Uriarte se reducen a uno: solo el anterior presidente dio un paso para atar a Iñigo, quien en la antesala de las elecciones prefirió aplazar la resolución de su futuro. Que conste que no es la primera ni la segunda vez que Uriarte utiliza una gestión de su antecesor para ponerse una medalla o, como ayer, esquivar su responsabilidad ante la opinión pública.