EL fútbol es tan sui géneris que contempla la posibilidad de que un equipo con un plan que le expone a la derrota no solo gane un partido si no que, pese a reincidir en el error, gane también el siguiente. El Athletic que acaba de vencer a Cádiz y Valencia confirma esta anomalía.
Entre los múltiples factores que influyen en el juego y pueden obtener reflejo en el marcador final, el diseño de la alineación figura como principal. Más que nada porque es competencia propia, al contrario de lo que sucede con la alineación del rival, el papel de los jueces o el azar, siempre más importante de lo que pudiera pensarse. Acertar en la elección de los jugadores y en el reparto de sus labores en el orden táctico es tarea clave de quien, encima, cuenta con un margen de maniobra sobre la marcha, ya sea retocando el plan inicial sin alterar el once o introduciendo cambios.
Desde el comienzo del curso, Valverde no ha dejado de probar alternativas en la línea de medios sobre todo y en menor medida, en la delantera. Dos semanas atrás, presionado por la sequía de puntos, se decantó por reeditar una fórmula en el centro del campo que fue rentable coincidiendo con un tramo particularmente amable del calendario y que aparcó en octubre. Volvió a reunir a Sancet y Muniain por delante de Vesga, el medio de cierre habitual.
Y el Athletic ganó. Se impuso a un conjunto que habita en el fondo de la tabla, le hizo además cuatro goles, igual que en la tercera fecha del campeonato. Visto así, sin profundizar en lo que dio de sí el encuentro, poca pega cabría poner a la solución articulada por el entrenador. Ahora bien, la revisión pormenorizada de cuanto deparó el choque revela que al equipo le costó controlar la situación y padeció más de lo deseable, especialmente hasta que avanzado el primer tiempo estableció una ventaja clara en el marcador.
El Cádiz, que quiso tutearle, merodeó con frecuencia su área y solo su fragilidad defensiva, plasmada en fallos de bulto, decantó el resultado. Ocurrió asimismo que Sancet tocó el cielo con su inspiración (tres goles) y Unai Simón intervino poco, pese a que le remataron hasta ocho veces: dos a la madera, dos más al lateral de la portería y una a la red por dentro. Las dificultades del Athletic para sujetar al contrario y desplegar su fútbol característico en San Mamés fueron manifiestas, pero no tuvieron consecuencias fatales.
Una semana después, Valverde insistió en su apuesta. Tocaba jugar en Mestalla y ante otro adversario agobiado. Y pasó lo mismo, pero aumentado. El Athletic anduvo desbordado, incapaz de frenar a su oponente, que se presentó en zona de remate con una facilidad pasmosa. Hasta el intermedio, el desconcierto fue generalizado, pero la fortuna quiso que una acción aislada equilibrase los méritos acumulados por el Valencia.
Se veía venir, cómo no, pero Valverde quiso asumir un riesgo excesivo y fácilmente evitable; tan obvio como que gracias a Simón aquello no desembocó en una indigesta derrota. De cara al segundo tiempo metió un centrocampista específico y el escenario fue otro. No es que el Athletic se luciese, qué va, pero funcionó como un bloque más compensado. Sancet, su hombre diferencial, pudo por fin moverse por donde debe y, a trancas y barrancas, se volteó el marcador y se logró aguantar el empuje del Valencia con un Simón pletórico.
Valverde manda y él sabrá qué conviene en adelante. Con admitir el sufrimiento padecido y asegurar que le disgusta ver a su portero tan atareado, no basta. Tales apreciaciones son un recurso facilón al calor de la victoria, pero las palabras nada arreglan y hay cuestiones que caen por su peso. Aunque el Athletic no haya rodado por los suelos tras tropezar en la misma piedra en dos jornadas consecutivas.