"DE momento, no hay nada". Raúl García está a la espera de conocer las intenciones del club respecto a su futuro. Es uno de los siete que acaban contrato en junio, después de la reciente ampliación de dos años firmada por Villalibre. Reconoce que, como cualquiera, preferiría “tener una idea” sobre lo que pasará con él. Además, sostiene que se amolda a la función que el entrenador le asigna y que se traduce en una nítida pérdida de protagonismo respecto al curso anterior: sus estadísticas han caído en picado, juega con asiduidad, pero casi nunca de inicio. Una situación que, en teoría, le sitúa en la antesala de su marcha del Athletic. A su edad (36 años) no extrañaría que le abriesen la puerta.

Esta decisión o la que adopte el club, es la que se echa en falta en pleno mes de febrero. Les compete a los dirigentes dar el paso. Desde luego, el silencio no parece la forma idónea de cultivar las relaciones internas. La omisión encaja mal en ese clima maravilloso del que tanto nos jactamos cuando se afirma que el Athletic es una entidad diferente, donde la procedencia de los futbolistas reluce, no ya como factor distintivo, sino como el secreto que favorece un ambiente familiar y una poderosa energía que se plasma sobre la hierba.

Aguarda Raúl García, al igual que Iñigo Martínez o Lekue, a que alguien autorizado les traslade una información que agradecerían y merecen en su condición de profesionales vinculados por un documento. Ellos y Balenziaga o De Marcos se hallan inmersos en un tiempo delicado. Hace mes y pico que son libres según la normativa para gestionar su porvenir al margen del Athletic, pero no cuesta imaginar que están pendientes de conocer el criterio que maneja el club, cuestión indispensable para saber a qué atenerse. Al margen de sus inquietudes personales y deseos, le corresponde a la otra parte activar el contacto y exponer su postura porque esto va de alcanzar acuerdos, si son viables, o de finiquitar la relación con estilo.

En el grupo de los que terminan contrato esta temporada, figura asimismo Capa. Repescado en julio, rubricó un contrato por un año y una prórroga hasta 2024 supeditada a variables. Siendo imposible que esto segundo se materialice, pues lleva jugados seis minutos, Capa vive sus últimos meses como rojiblanco. En vista de su ridícula utilización no queda más que preguntarse por las razones de la directiva y del técnico, cuya conformidad se da por supuesta, para acometer semejante operación.

En esta historia de los que terminan en junio, la excepción se llama Zarraga, puesto que él sí ha entablado negociaciones. Hace un puñado de semanas que el club y su agente abrieron un diálogo que no tiene pinta de culminar en breve. Las posturas se encuentran muy alejadas, pues el centrocampista aspira a una mejora sustancial de su ficha, entre las más modestas de la plantilla. La proyección de Zarraga, al que Valverde no le ha regalado oportunidades precisamente, pese a las muestras fehacientes de su capacidad y de que representa un perfil diferenciado al resto de los compañeros de línea, se antoja clave en un asunto que reclama un desenlace feliz. Y no hace falta profundizar en el significado de feliz.

Sobre todo, en un contexto donde se prevén varias bajas y existen algunos casos marcados por la incertidumbre o por una inquietud creciente. Recordar que en 2024 los que concluyen contrato son once integrantes del equipo. En este paquete alternan veteranos y jóvenes. Se quiera o no, el foco apunta directamente a dos: Nico Williams y Sancet. No hay mucho que añadir, salvo que su agente no tiene prisa por sentarse. El club está al tanto, dado que realizó un sondeo meses atrás y no sacó nada en limpio, aparte de recibir el mensaje de que aún no hay motivos para reunirse. En realidad, los hay y de enjundia desde la óptica de Ibaigane, pero hasta el verano o después no le queda más remedio que probar la medicina que administra a los jugadores citados al principio de esta columna. Aunque ponga en órbita globos sonda para sugerir que se ha puesto manos a la obra en renovaciones tan sensibles, solo mastica una tensa espera.