ESTA mañana, mientras tomaba un café en un bar próximo a mi oficina, he tenido la oportunidad de escuchar una conversación entre un “animado y desenvuelto” grupo de jóvenes que, al parecer, incluían estudiantes universitarios y profesionales trabajando en alguna de las destacadas empresas de consultoría o de implantación de tecnología (software) de la zona, a juzgar por el contenido de sus comentarios. Parecían coincidir, además de en opiniones descalificadoras de profesores y “jefes”, a quienes creían de “limitada capacidad y experiencia” en el desempeño de su trabajo, en una baja consideración de las oportunidades que nuestro tejido económico les ofrece, con reducidas expectativas para “ganar sueldos elevados” como los que, en su opinión, están sobradamente disponibles en alguna ciudad del Estado y al alcance de sus capacidades, conocimiento y experiencia profesional.

Más allá del ímpetu juvenil del que afortunadamente todos hemos gozado, aspirando a “ganar el futuro”, y de las oportunidades reales que pudieran presentarse en los “mundos ideales” distantes, me resulta de enorme preocupación e interés escuchar y explorar estas posiciones, cara a nuestras apuestas de futuro, a la valoración de la formación e información que trasladamos, al esfuerzo explicativo en la puesta en valor de nuestro tejido económico, a nuestra arquitectura institucional, nuestro modelo de desarrollo y cohesión social y de las innumerables oportunidades entiendo nuestro país ofrece.

Renacimiento industrial: mucho más que una receta para ganar el futuro

Todavía hace unos días, recibía un avance de una interesante publicación que tres expertos profesionales de una prestigiosa firma global de consultoría estratégica han escrito y habrá de publicarse a mediados de octubre. Bajo el sugerente título de “La economía del Titanio: cómo crear una América mejor, más fuerte y de manera más rápida a través de la industria tecnológica”, Asutosh Padhi, Gaurav Batra, y Nick Santhanam pretenden resaltar el valor de la industria manufacturera y, sobre todo, llevar al ánimo de los jóvenes y de los responsables de la toma de decisiones y diseño de políticas públicas, además de los empresarios e inversores, la verdadera aportación de las empresas manufactureras. A su larga experiencia de más de 30 años de ejercicio de cada uno de ellos, han realizado un riguroso análisis de 35 empresas estadounidenses, de 50 más destacadas en la Bolsa de Valores y de un largo número de informes y estudios estadísticos para soportar su valoración. Partiendo del rigor de la lógica y el dato, propio de su escuela de alta consultoría estratégica, han explorado sus resultados, su especial relevancia como fuente real de innovación (no solamente tecnológica), las condiciones económicas, salariales, de ahorro y beneficios complementarios que en el medio y largo plazo ofrece al trabajador mediano, la contribución de estas empresas al conjunto de los stakeholders implicados, su aportación real a la comunidad, sus modelos diferentes en términos de empleabilidad, relaciones laborales, la capacidad diferencial de mantenimiento de empleo “fijo”, su impacto en la formación consecuencia del compromiso dual empresa-trabajador, la capacidad especial generadora de empleo de calidad (no solamente en formación en diferentes nichos académicos y no solamente en el contexto de estudios superiores o de postgrado, sino en todos e incluso en aquellos de bajo nivel formativo), en su impacto en la conciliación y estructura familiar y, sin duda alguna, en la fortaleza de la potenciación del empleo local, de alto nivel, y no solamente de aquellas posiciones globales e internacionalizadas, más identificables en los llamados “expatriados de alto nivel”.

El trabajo mencionado concluye con un claro canto a la singular capacidad creadora de valor y, en su recorrido, destacan la importancia que recobran muchos de los “sectores tradicionales”, suprimidos o abandonados en el pasado, declarados muertos, destacando su base irremplazable sobre los que se construyen, hoy, las principales transiciones objetivo de las sociedades modernas, a lo largo del mundo: digitalización de la economía y la sociedad, un nuevo escenario de economía verde hacia la que energía y medio ambiente impulsen a la economía, la transformación de la empresa, en una renovada democratización de la nueva economía del bienestar, contemplando un mundo nuevo para la salud y los cuidados. Estas características diferenciales que ponen hoy, en primera línea, a aquellas naciones y regiones con base industrial, poseedoras de una cultura de trabajo y comportamiento solidario y comunitario, resilientes a los cambios (algunos predecibles y otros muchos insospechados), desde resultados diferenciados, por delante en las quinielas, en condiciones inmejorables para afrontar el largo recorrido por venir.

Ahora bien, disponer de una buena base de partida no es suficiente. Hacer crecer la industria, generar una oferta innovadora de trabajo y empleo, poner a su disposición imaginativas fuentes de capital, situar el talento activo imprescindible que este largo proceso exige, posibilitará o no, generar una economía inclusiva y valor, compartido por y para todos.

Es destacable que la llamada “economía del titanio” que alumbran estos autores, la componen empresas que avanzan en modelos de co-creación de valor, se implican (impulsan, promueven o participan) en procesos colaborativos, se clusterizan, conforman ecosistemas industriales-tecnológicos-sostenibles, apuestan por un futuro propio, único y diferencial, se reinventan de manera permanente e interactúan con las políticas públicas en términos de valor, compartido, empresa-sociedad, en marcos estratégicos convergentes. La riqueza de estos tejidos industriales amplios son un motor esencial en el desarrollo de las sociedades de vanguardia.

En momentos de incertidumbre y cambio como los que vivimos, ante tanta transición propuesta y exigible, ante el desafío de afrontar las demandas sociales, de trabajo y empleo, así como la redefinición de nuevos espacios geo-económicos, geo-políticos y dotarles de nuevas arquitecturas democráticas, institucionales y de gobernanza, merecería la pena una renovada puesta en valor de las fortalezas que la política industrial, el tejido manufacturero, la cultura que subyace, aporta a las sociedades que aspiran a construir un mundo mejor, inclusivo, corresponsable.

El mundo de hoy se plantea abiertamente relocalizar cadenas de suministro, acercar la producción y procesos, así como reconsiderar la logística y el transporte minimizando emisiones de carbón, potenciando las inversiones industriales y se esfuerza en construir alianzas interdisciplinares y multi sectoriales, teledirigiendo el conocimiento y las capacidades competenciales hacia la salud, la biotecnología, la fabricación soporte del creciente mundo del software y la tecnología del mañana, que demandan empleos por doquier y soluciones próximas y locales que refuercen nuestras comunidades, a la vez que el comercio global se orienta a una concepción cada vez más local-regional. Nuevos espacios de interdependencia, confianza y colaboración. Atributos esenciales de una sociedad industrial de alto valor especializado, tecnológico e innovador.

En Euskadi, sociedad con un peso (histórico, actual y futuro) relevante de la industria manufacturera, con una base existente de primerísimo nivel, nos vendría bien un esfuerzo adicional por destacarlo y ponerlo en valor. Explicar a la sociedad su importancia, su impacto en la generación y soporte tecnológico, en su vinculación con las necesarias transiciones verde, digital, azul del agua y sociosanitaria. Base real sobre la que impulsar y desarrollar los servicios especializados, la educación y, por supuesto, la capacidad fiscal y financiera imprescindible para hacer posibles políticas y servicios sociales, potenciando modelos de empresa y comunidades inclusivas, emprendimiento diferenciado y calidad real de futuro.

Nuestra competencia por el talento bien vale el esfuerzo de insistir en el valor de “las joyas de amama” y su cuidado, día a día, generación tras generación. Siempre importante y, en especial, hoy que el mundo parece apuntarse al “renacimiento industrial”. Hoy Euskadi está en inmejorables condiciones para potenciar el gran hervidero de iniciativas, ideas y proyectos que nos rodean y que ofrecen, de manera “cuasi natural” la herencia de una cultura manufacturera construida a lo largo del tiempo. El “maná” esperado ni se improvisa, ni se compra en el mercado coyuntural con aparentes ventajas y ofertas mediáticas. Se construye y logra a lo largo de toda una historia de esfuerzo. l