propongo abordar con equidistancia las prestaciones que a día de hoy nos da la casa del rey y todo su entorno. ¿El motivo? La entrega de los premios Princesa de Asturias. Si se indaga un poco, descubrimos la dificultad para saber cuánto (nos) cuesta la fiesta. La Fundación Princesa de Asturias maneja una cifra que supera los 7 millones de euros. Una cantidad ciertamente importante para dedicarla en exclusiva a blanquear dicha institución que, al igual que los Nobel, paga para adquirir una pátina ilustrada al rodearse de grandes nombres de la cultura, la música, el cine, el deporte... También lleva a reflexión el enorme montaje informativo que rodea al evento. Por tierra, mar y aire multitud de agencias y empresas de comunicación se afanan por mostrar la cara más amable de una institución que no tiene ni pies ni cabeza a estas alturas de la historia. El rey no tiene ningún fundamento democrático. El emérito gastó el muy escaso crédito que se le concedió en un momento determinado. Ahora no hay crédito y la historia ha puesto al sucesor de Franco y a sus descendientes en el inocuo lugar que se merecen. Y ello a pesar del enorme esfuerzo, como decíamos, de los medios de comunicación afines que destilan loas, rosas y un olor a colonia cara que marea. No debe ser agradable trabajar para lavar la imagen de la familia real desde, especialmente, entes públicos pagados con los impuestos de todos. No cala el mensaje, por lo menos para los que esperamos con ilusión templada el tercer advenimiento.