NO tengo especial aversión a lo artificial. De hecho, me gustan las plantitas de plástico que adornan mi casa incondicionalmente, sin exigencias de riegos ni abonos. Preferiría que fueran naturales, sí, pero o no tengo mano o ellas son muy tiquismiquis con la temperatura y la humedad y, tras múltiples intentos marchitos, temía que algún vecino me acusara de planticida en serie. Con la misma mente abierta confié hace unos días en la inteligencia artificial para que transformara la foto de dos familiares al estilo anime. El proceso es instantáneo, según algún tiktoker. Mentira podrida. Y mira que fui amable. “Por favor, podrías...”, solicité y me devolvió una imagen con dos personajes irreconocibles. “Por favor, me gustaría que...”. Cualquier parecido era pura coincidencia. “Te he dicho que quiero...”. Bueno, al menos ya tienen un aire, aunque la boca de ella parece un buzón. “Lo quiero al estilo anime, no Gargantúa”. Parece que vamos entendiéndonos. “Que les dibujes la misma ropa”. Genial, se ve que hay que ser contundente. “Añade este perro negro”, le pido y adjunto una foto. A su bola, escoge uno al azar. “¡Este perro!”. Vale, pone el perro, pero a él le ha crecido melena. Lo dejo así, que lo suyo me ha costado. “¿Quieres que le ponga un fondo fantástico con estrellitas y luciérnagas?”, me pregunta. “No, gracias, maja, yo todavía estoy serena. No me toques ni un píxel”.

arodriguez@deia.eus