De conductora a conductor, te acompaño en el sentimiento y en la rotonda que creíste ver en la zona peatonal de la Plaza Arriquíbar y que, de no haber rectificado, habría terminado con tu coche a remojo en la fuente. Tampoco habría sido para tanto porque ya estaba lloviendo sobre su carrocería. Lo que sí es una faena es que el vídeo de tu error se haya hecho viral. Por eso quiero decirte que no estás solo y darte las gracias porque me ha consolado saber que no soy la única empanada en circulación. Espero que nadie grabe mis despistes, algunos de los cuales compartiré para visibilizar al gremio. Allá voy. De vacaciones he dado vueltas a una misma rotonda lo que no está escrito hasta que ha habido quorum entre el pasaje acerca de la salida correcta, normalmente cuando ya estábamos al borde del vómito. Porque me van a mandar a la porra, pero, superado eso, si nos ponemos, fijo que pasamos la centrifugadora de astronautas. También he acabado más de una vez en puntos muertos: paralizada en un parking tras bloquear el volante –qué pasa, nadie nace sabiendo–, atascada en una cuesta arriba que ni el Dragon Khan, en el peaje de acceso restringido a un puerto... Lo peor, mi atracción por los callejones sin salida en esos pueblecitos con las casas apiñadas cuyos dueños se pueden dar la mano con los de enfrente por la ventana. Salir de esos laberintos marcha atrás, sin rozar tu oreja ni la del copiloto con las fachadas, es digno de TikTok. Al tiempo.