Halaaa, lo que ha dichooo!!!”. Cría cuervos y te sacarán los ojos. O criaturas concienciadas y políticamente correctas y te darán un tostón que para qué. La mesa de la cocina a mediodía se convierte en un campo de minas y hay que medir las palabras con la misma exactitud con la que tienes que contar los espaguetis que echas en cada plato para que no se desencadenen protestas, que pueden prolongarse hasta los postres si solo queda un flan, lo divides con un bisturí y los cachos pesan diferente en la báscula de precisión. En definitiva, que entre cucharada y cucharada de puré de espinacas están, a modo de venganza, oreja avizor a ver si te pillan en un renuncio y cualquier alusión a la raza, sexo, orientación, religión, diversidad funcional o lo que sea de quien sea tiene que estar plenamente justificada o te has ganado, como poco, un abucheo dolby surround. Corrigen a quien sea hasta lo cansino –lo que me enorgullece y hastía a partes iguales– y no paran ni viendo la televisión. “¿Y por qué le ha preguntado si tiene novia? También puede que tenga novio o novie”. Que vivan la libertad y la apertura de miras, que les llevan a plantearse: “De mayor no sé si tendré una pareja o un gato”. Por lo visto en su cabeza son incompatibles. Será porque les llevo diciendo desde que tienen uso de razón que para que entre una mascota en casa tiene que salir un humano. Espero que no se vuelva en mi contra y me cambien la cerradura.
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