Acabande salir los datos del recuento que se realiza cada año en las calles de Euskadi. Las primeras conclusiones cifran en 1.541 las personas que duermen a ras de cielo. De estas, 605 lo hacen en las vías de Bilbao, en cajeros o soportales, siempre y cuando no se hayan blindado con cerramientos para impedir que manchen las aceras o metan demasiado ruido, según sostienen los vecinos. Se le llama arquitectura hostil pero el vecindario dice que solo quieren convivencia. No todos los que duermen en la calle lo hacen porque no tienen donde pernoctar. Unas veces porque no les dejan entrar con sus perros en los albergues o porque tienen unas normas de las que huyen y son precisamente por las que no viven en ningún tipo alojamiento municipal o incluso me he encontrado algún caso para el que dormir sin un techo era la libertad conseguida. Lo deciden ellos. De las conversaciones que he podido tener con Paula, Andrés, Justo, Araceli... la que más me llamó la atención y me ayudó a entender en toda su crueldad lo que significa vivir en la calle fue la historia que me relató Antonio. Dormía en la calle y no le importaba en exceso. Eso decía. Comida no le faltaba y ducha tampoco e incluso si quería dormir en una cama podía hacerlo. Pero siempre necesitaba llevar un euro en el bolsillo. ¿Por qué?, le pregunté. Y me dijo: “Porque si necesito ir al baño tengo que tomarme un mosto. Y lo peor de la calle no es dormir, sino no poder ir al váter”.
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