Tanto o más que los achaques del cuerpo, el transcurrir feroz del tiempo viene marcado por los acontecimientos. A menudo me señalan mi destreza por evocar pasajes del túnel, como aquellos viernes de riña familiar en los 80 cuando uno montaba con dos sillas y una sábana una tienda de campaña en plena cocina para ver el Un, dos tres... no sin antes discutir con quien prefería amuermarse con el debate de La clave en la UHF. La aparición de un segundo televisor, aún en blanco y negro, solucionó el entuerto de poder presenciar el manejo comunicativo como maestra del espectáculo de Mayra. Su reciente desaparición ha llegado días después de que un monstruo de las pistas, del que aventuro nos gustará más su palmarés que su próxima proyección personal, decidiera colgar la raqueta, y con ella su espartano espíritu de superación. De inmediato recordé la tarde dominical en que andaba ya por este rincón escribiendo sobre un descarado joven ataviado con una camiseta verde sin mangas al que nadie prestaba atención en su primera final parisina. En lo sucesivo no le quitarían el ojo. Por aquel 2005 triunfaba al frente de LODVG Amaia Montero hasta que en noviembre de 2007, también sentado por aquí, a los fans el martes se nos hizo Jueves, canción ya de la etapa de Leire, cuya invitación a irse 17 años después nos deja más huérfanos. Pasajes que miden arrugas, te dejan sin infancia, te van robando la vida, y que a veces son Deseos de cosas imposibles.