El metro de Bilbao ha activado una campaña para que los viajes sean tranquilos y sin estrépitos. Pide a sus clientes con coloridos paneles de vinilos colocados en las escaleras de las estaciones que no se moleste a los usuarios con elevados volúmenes en móviles o tablets. Ruegan que se utilicen auriculares y que no personifiquen las cotorras y loros que ilustran la campaña. Es decir, que son muchos los clientes que se han quejado a la dirección de Metro Bilbao por esta contaminación sonora cada vez más presente. Es entendible que a muchos viajeros no les interese escuchar a todo trapo el último éxito del reguetón de turno o la risotada malsonante que emite el vídeo colgado en tik-tok de cualquier payaso egocéntrico. Es una cuestión de convivencia viajera y solidaridad sonora que puede parecer baladí pero que no lo es. Sobre todo en horas noctámbulas, se montan en los convoys impresentables que consideran como propio el metro y hacen lo que quieren. Y ya no digo nada si se juntan cuatro o cinco jóvenes excitados por cualquier causa o razón. No soy un carca. Me gustan los decibelios como el que más para disfrutar de grandes momentos de expansión. Pero en lugares adecuados. Donde las molestias afecten solo a uno mismo o la compañía cómplice. Los viajes en el metro, en la gran mayoría de las ocasiones son obligados, se lleva en la mochila mental problemas y gestiones propias suficientemente importantes como que te amarguen el trayecto cualquier insolidario sordo.