Después de todo un invierno durmiendo y malviviendo en el bosque, la denuncia de unos vecinos ha servido para poner algo de cordura en la situación que llevaban arrastrando los 30, 40 u 80 magrebíes asentados en Berango. Digo cordura porque destapar y sacar a la luz la situación de esos jóvenes, aún no siendo menores -el mayor tiene 30 años- pone rojo a cualquiera. Frente a esto, la respuesta de algunas ONG del entorno y las instituciones más cercanas. Siempre he pensado que la Iglesia es probablemente la primera ONG que comenzó a ayudar a los desfavorecidos aunque después causas o causantes ajenos a sus bases hayan ensuciado muchas veces sus buenas acciones. Por eso, ahora, cuando en esta situación he tenido la oportunidad de escuchar al párroco de Berango, Aitor, hablar sobre los sentimientos que le provocaban estos jóvenes y de ver cómo les abría la parroquia para que al menos diez de ellos puedan tener una vida más digna, he vuelto a reafirmarme en esa idea que siempre he tenido, la de la Iglesia como una gran ONG. El párroco de Berango seguramente tiene experiencia sobrada sobre los infortunios de la vida que muchas veces llevan a las personas a torcerse del buen camino. Lo digo porque es el capellán de la cárcel de Basauri y guardará en sus confesiones muchos pecados presos. Ojalá las penurias no desvíen a ninguno de estos chavales ni Aitor se vea obligado a encontrar a alguno de ellos en sus funciones de capellán.