Tenemos Javier Milei y yo una cosa en común, espero que solo una: no tener la más mínima instrucción en el mundo de la diplomacia. Lo suyo, desde luego, es más grave porque es presidente de Argentina. Sin embargo, al ser Milei un kamikaze en dirección contraria en el mundo de la política, no es extraño que viaje a un país con toda la intención de llamar corrupta a la esposa del presidente del gobierno. Es más, si no fuera por esas travesuras no sería presidente de Argentina y nadie reclamaría su presencia en un acto partidista y perverso. La estrategia está clara, ya que es evidente que la fórmula del ruido ejerce una fuerza similar a la de la gravedad en la intención de voto de millones de personas en todo el mundo. Y aquí surgen dos dudas. La primera, por qué el personal ha caído en manos del populismo y ha dado la espalda a la motivación ideológica. En los últimos días se ha avivado el debate en torno a las dificultades de acceso de los jóvenes a una vivienda en propiedad o los salarios bajos que reciben. La cosa tiene pinta de ir por ahí y también por el lado de los que viven con poco o nada y no ven un futuro por el, digamos, camino tradicional. En cuanto a la segunda duda, hay que preguntarse qué habría pasado si el Ejecutivo español, en esencia Pedro Sánchez, no se toma la chiquillada a la tremenda y la pasa por alto. Seguramente ni Milei ni Abascal habrían conseguido lo que buscaban: más ruido.