De vuelta a la normalidad... o algo así. Porque ¿qué es la normalidad? ¿Es más normal hoy, domingo sin urnas de una semana sin gabarra ni presidente en modo decidir, que ayer, el hoy de días anteriores? Pues todo depende, que cantaba Pau Donés, de según cómo se mire. Hacia adelante, al horizonte inmediato de guerras y crisis climáticas y sus consecuencias; o a un par de años hacia atrás ahora que nos hallamos en la “nueva normalidad” anunciada en pandemia, ¿se acuerdan? En todo caso, vivimos tiempos en los que lo lógico y usual, el supuesto estado natural de la vida, se diluye por aquello de lo que Robert Spaemann, uno de los principales filósofos contemporáneos alemanes, y católico, culpó a la televisión. “Destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal porque en sus parámetros lo normal carece en sí de interés suficiente. Su criterio no es la difusión de valores y principios sino provocar el mayor impacto”, dijo al final del siglo pasado. ¿Se imaginan qué diría de las redes sociales? O de otros medios de (des)información que se manejan como William R. Hearst tras el hundimiento del USS Maine. Hay un término, una palabra, que define con exactitud esta anómala normalidad, esta anomalidad constante, en que nos sumergen. Balumba. Y no, no se confundan, pese a su sonoridad de reggaeton, procede del latín, de “volumina”, bultos. Y es sinónimo de desorden, caos... El río revuelto de toda la vida.