Sí, ya sé, a la democracia, así, en general, pero también en particular por la que nos toca, habría que realizarle, pese a tener ya muy poco de recién nacida, la prueba del talón para detectar todas las enfermedades congénitas que le afectan, que no son siete ni once. No, no se trata de un error, son dolencias innatas; no en vano somos nosotros, animales sociales, así, en general, pero también en particular por lo que nos toca, quienes la trajimos a este mundo con los trastornos y males inherentes a nuestra genética. Así que nada de culpar al empedrado mientras miramos al cielo para eludir la responsabilidad de lo que hemos elegido... o lo que no hemos elegido. Ni hasta hoy ni a partir de hoy. Lo dijo Elbert Hubbard, escritor, filósofo y ensayista estadounidense de finales del XIX, al conceder a los gobiernos democráticos siquiera el mérito de no poder ser más incompetentes que aquellos que les han votado. Efectivamente, por acción u omisión, la culpa de los éxitos y los fracasos es en buena parte nuestra. Y en esa primera persona del plural están incluidos quienes reniegan del sistema, quienes rechazan de este solo lo que les disgusta o incluso quienes tras participar de esos dos estados de ánimo se han caído finalmente del guindo, alguno dándose una buena costalada al tocar tierra. Así que nada de escurrir el bulto. Como en todo, o casi, al finalizar esta jornada electoral tendremos lo que nos merecemos.