Los medios son mitades, alineados a ambos lados de la partición de ese todo que es la política en el Estado español, como si nada ajeno a ella existiese. Y el protagonismo en los medios lo acaparan quienes no hace tanto evitaban sucesos y noticias, incluso si eran de tribunales, tanto o más que los delincuentes. Sí, jueces y fiscales. Porque, como los medios, son parte de las partes empeñadas hasta las trancas en ese todo que es la política en el Estado español. Como si no existiera nada más. Y el juicio es universal, no hay quien se salve. O, como dijo Napoléon, de tantas leyes como hay nadie puede estar seguro de no acabar colgado. Porque leyes, lo que se dice leyes... salen a la calle como tractores de agricultores indignados. Una tras otra, la mayoría con ruido, dejan tras sí un surco para que alguien siembre la ley siguiente a la espera de una cosecha determinada. Bismarck, tan culpable de Alemania como Napoleón de Francia, tenía toda la razón: con las leyes pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen. Así que cada cual esgrime la suya, siempre de ellos, con sus intérpretes. Y el guirigay es abono para las malas hierbas. No es de hoy. Ni solo en Catalunya. Ya lo advirtió tres siglos antes de los imperios francés o alemán, cuando Carlos V, un obispo de Mondoñedo de ascendientes vascos, los Guevara y los Oñate: “El buen juez no ha de torcer las leyes a su condición, sino torcer su condición conforme a las leyes”.