Hala, pues ya está, se acabó lo que se daba. Mañana a estas horas será otro cantar. Aunque las terrazas y barras en multitud se antojasen el reino de jauja en los mediodías de estos últimos findes, año tras año la entrada de enero se convierte en inexorable. Y estas primeras semanas del veinticuatro no serán distintas a otras que dejamos antes atrás. Así que en unas horas tocará arrepentirse (o no), hacer propósito de enmienda, echar cuentas... y empezar a preparar el siguiente desmelene, que llegará a más tardar en verano si no en eso que se sigue llamando semana santa. Mientras, rebajan el IVA de los alimentos (básicos), ofrecen bonos al transporte (público), subvencionan la energía... y nos devolverán así, como en plan favor, parte de lo que nos han venido cobrando en esta sociedad del hoy te pago más que ayer pero menos que mañana. Porque la factura se girará. Antes o después, vía cash, plástico o bizum, pero se gira siempre. También eso es inexorable. No les arriendo yo el futuro a los jóvenes en edad de merecer ser jóvenes. Sí, esos a los que les van a dar trescientos euros por emanciparse. Que digo yo que algunos de los progenitores que engordan el presupuesto del que sale la subvención estarían dispuestos a pagar bastante más para que se fuesen. Pero nada de para un rato, ¿eh? Que si todas las navidades terminan, ese si hay que ir se va ya sabemos dónde acaba: de vuelta al sofá de casa.