HACE tan solo unos días Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao, consideraba en una entrevista que 2023 iba a ser un año excepcional para el museo, rozando el récord de visitantes. Ayer mismo, los responsables del museo daban las cifras definitivas y, 26 años después de su apertura, ha conseguido superar su máximo histórico con 1,3 millones de visitas. Unas cifras que son un logro excepcional para el museo bilbaino que recuerda cómo en otros años de gran afluencia de público –2017 y 2022, 20º y 25º aniversario del museo– decenas de miles de vascos accedieron gratis. Cuando leo estos resultados, me vienen a la mente las críticas que suscitó el proyecto cuando se presentó a la sociedad vasca; muchos sectores no entendían cómo las instituciones vascas planteaban un museo como elemento de transformación de una ciudad, de un país. En aquel Bilbao endurecido por la crisis industrial, el PNV mantuvo firme la apuesta para hacer realidad el museo, contra viento y marea. Igual que cuando años más tarde llegó la hora de renovar el acuerdo con Nueva York y algunos partidos políticos se plantearon prescindir de la marca Guggenheim, lo cual hubiera sido un auténtico suicidio. En la actualidad, el museo sigue cumpliendo los objetivos para los que se creó, además de ser una institución cultural de proyección internacional, y sigue sirviendo como catalizador del proceso de cambio para Euskadi.

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