TENEMOS recién estrenado el año. Es un bebé con pañales que debe atesorar miles de experiencias a lo largo de sus 366 días de vida. Una de ellas es la de desarrollar su carácter de convertirse en el año que precederá a la celebración del primer cuarto del siglo XXI. Ahí es nada. Para los que peinamos canas todavía permanece vívido el paso de la centuria pasada a la presente. ¡Aquel temido efecto 2000 que iba a acabar con todos los ordenadores del mundo e iba a llevar al mundo a una debacle histórica! Nada de eso ocurrió y los agoreros, que también plantearon otras tesis catastrofistas por el cambio de milenio, tuvieron que plegar velas. Poco a poco, lustro a lustro, el siglo actual ha ido tomando cuerpo a una velocidad de vértigo, tanta que el hecho de pensar que 2025 aparecerá en nuestros calendarios dentro de un año da miedo. Un cuarto de siglo donde el mundo y la sociedad en la que vivimos ha cambiado de forma radical. Y sí, ya sé, hay gente más joven que el que suscribe que discrepa, pero para algo sirve la experiencia acumulada a la espalda. En las dos décadas y media recorridas, el mundo ha mutado de manera trascendental y prácticamente a todos los niveles. De hecho se han sentado las bases para un desarrollo futuro de lo que resta de centuria que si sigue esta progresión geométrica no sé donde irá a parar. Porque aunque hay muchas esperanzas también se auguran incertidumbres. Espero que la mezcla de ambas se resuelva con saldo positivo. Por el bien de la humanidad.