ACTITUD artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción. Así definiría uno el espíritu de la Navidad, o ese afán desmedido del entorno en regalarte los oídos con elogios y buenos deseos para el nuevo año cuando han tenido doce meses para obrar igual. Vamos, lo que viene siendo un postureo en toda regla. Elevándolo a lo superlativo es como cuando Ayuso, la del expediente académico amañado, inunda de luz las arterias de Madrid desde Gran Vía al belén 3D en Colón, mientras persiste el apagón inmisericorde en la Cañada Real. Si bajamos la metáfora al suelo, es como esos mensajes de felicitación que te asedian el móvil cuando ni tienes agendado a su emisor ni sabes qué responderle. Solo hay un motivo para soñar en estas fechas y tiene lugar mañana. Lo protagonizan la niña bonita, los dos patitos, su número de cumpleaños o el de esa postura erótico festiva para un desfogue que rezas para que te coincidan con el Gordo. Llámenle tradición o despilfarro, pero empieza a ser la única forma de avanzar en este contexto en el que la vida se ha puesto por las nubes y a los trabajadores no les queda otra que recurrir a su derecho al pataleo. Un golpe de azar que, bien administrado, te insufle el porvenir de sosiego aunque lo que te gustaría es cumplir el deseo de hacerle un ademán a tu superior. Las probabilidades de ser agraciado son parecidas a las de que te suban el sueldo. Si sueñas... loterías. Porque ya saben, los sueños, sueños son. l

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