Pongamos que usted vota. Y ese voto, con todos los demás, configura un resultado electoral del que surge la composición de un parlamento. En él, su voto y todos los demás otorgan una mayoría, simple o compuesta, que permite configurar gobierno. Perogrullo ¿verdad? Ese gobierno (o su oposición) ve una necesidad legislativa, y elabora y tramita una ley que votan a su vez los parlamentarios elegidos con su voto y el de los demás. Si la iniciativa legislativa, que se supone ajustada a derecho, obtiene el voto mayoritario del parlamento elegido con su voto y el de los demás, se aprueba y publica en el boletín oficial. Desde ese momento, regulará un aspecto más o menos relevante de nuestras vidas. ¿Perogrullo? Pues no. Un partido sin mayoría para formar gobierno, o que ni siquiera alcanza grupo parlamentario, y que votó contra esa ley aprobada por la mayoría salida del voto de usted y de los demás, decide recurrirla ante la justicia. Lo hace además con la certeza de que en más de un nivel de la judicatura hallará a quien no votó lo que usted o la mayoría de los demás por su ideología, no muy lejana a la de ese partido. Sucede con el euskera, pero sucedió con el Estatut, las competencias... Y no, no es una campaña. Es la democracia denunciada por Charles Bukowski, poeta maldito que la diferenciaba de la dictadura sólo en que votas antes de acatar las órdenes. Pero que el exjuez, y parte, Ibarra desbarre como quiera.