Han transcurrido 30 años, un mes y 9 días de condena a muerte, destrucción y odio desde que Yasir Arafat e Isaac Rabin se dieran la mano en presencia de Bill Clinton y rubricaran los Acuerdos de Oslo. Solo dos años más tarde, en medio de una campaña despiadada acusándole de antisionista por parte del Likud, partido que ya lideraba Benjamin Netanyahu, Rabin fue asesinado por un ultranacionalista judío. Han pasado 23 años y casi 4 meses de condena a muerte, destrucción y odio desde que Yasir Arafat y Ehud Barak se comprometieran en Camp David, en presencia de Bill Clinton, a basarse en las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU y a la ausencia de intimidación y violencia. Cuatro años más tarde, en el punto de ebullición de Hamás, la controvertida muerte de Arafat, posiblemente envenenado con el mismo Polonio 210 que dos años más tarde causaría la muerte en Londres del exespía soviético Litvinenko, dejaría ya huérfana la pretensión de paz. Ni la Liga Árabe (Beirut, 2002), ni el Cuarteto (EE.UU., Rusia, UE y ONU) en 2003, ni Abu Mazen y Ehud Olmert con Bush (Annapolis, 2007) lograrían ya reconducir el proceso. Y son 16 años de condena a muerte, destrucción y odio para hebreos y palestinos, dos pueblos semitas que antes de que se empezara a escribir la Biblia compartían Canaan, que siempre han dicho paz con solo dos letras de diferencia. Shalom. Salam.