Hay días que empiezan torcidos. Y a veces, como le ocurrió recientemente a un amigo en Igorre, esos días empiezan con un golpe: el de encontrarte tu coche abollado con la marca de otro vehículo que decidió desaparecer bajo el manto de la cobardía.

Hasta aquí, por desgracia, nada nuevo. Lo que distingue esta historia es el detalle que vino después. En el parabrisas, una nota escrita con aparente buena intención: “Sentitzen dot” -“lo siento”- acompañada de un número de teléfono. En ese momento, mi amigo pensó que al menos la persona responsable había dado la cara. Pero cuando llamó, la sorpresa fue aún mayor: le respondió una chica de Valladolid que no tenía ni idea de lo que le estaban contando. ¿Error de número? Hay algo perverso en dejar un mensaje que pretende transmitir humanidad cuando, en realidad, solo se busca aparentarla para quedar en paz con uno mismo.

Mi amigo decía con impotencia: “Luego dicen que hay gente buena”. Y no le falta razón. Vivimos en una época en la que nos gusta pensar que somos una sociedad más civilizada. Pero la bondad real no se mide por palabras y gestos vacíos. Se mide en asumir las consecuencias de los errores, en dejar no solo una nota, sino también el teléfono correcto y hacer lo que corresponde: avisar al seguro.