Síguenos en redes sociales:

Mesa de Redacción

Susana M. Oxinalde

Tragedias

NOS da la medida que un año después de lo que sucedió en la valla fronteriza de Melilla en aquella avalancha de 2.000 subsaharianos, más de 20 muertos y el agujero en el número de desaparecidos a esto le sigan llamando tragedia. Todo esto sucedió en tierra firme, sin naufragios, sin ahogamientos o corrientes. Muchos de ellos siguen en la morgue de Nador a la espera de ser sepultados según dicta el rito islámico, sin nombre, son los que nadie reclama, olvidados tras aquella montonera y el archivo de las investigaciones. Y le siguen llamando tragedia. Qué eufemismo, como la falta de acceso a la información de las familias, con solo la muestra de fotografías de las autoridades de Marruecos a los cadáveres que con suerte aparecieron y les fueron practicadas las autopsias. Mira que nos molestan los pobres, sofocados a gases, que tropezaron formando aquella pila de seres vivos, muertos y sin conciencia. Ocuparon las portadas hace un año, y hoy solo hablamos en las cafeterías de la implosión del Titán en el Atlántico. Mira que hay tragedias fascinantes, sobre todo si sus protagonistas son ricos y su motor la aventura, el esnobismo y no el hambre o las necesidades. A lo de Melilla le llaman tragedia y en su día asalto, como si los pobres no pudieran hacer otra cosa más que asaltar, a personas o vallas. Me gusta pensar que somos mejores de cómo nos impactan las noticias y sobre todo, cómo las olvidamos.

susana.martin@deia.eus