DESDE que cumplí los 18 años jamás he faltado con mi compromiso a la hora de votar. Por coherencia y por respeto a todas aquellas mujeres que no pudieron ejercer su derecho hasta hace poco– y todavía siguen sin poder hacerlo en muchos países–. Porque aunque parezca mentira, en el Estado español hasta 1931 la mujer no fue reconocida como ciudadana completa, con voz y voto. Y sin voto, no tienes voz. Pero tengo que reconocer que en estas elecciones generales no lo están poniendo nada fácil. El número de solicitudes para votar por correo en las elecciones generales del 23 de julio está alcanzando un récord histórico y Correos está registrando unos niveles de peticiones de voto sin precedentes: a un ritmo de 100.000 solicitudes diarias. Nos dicen que los electores pueden activar este proceso de dos maneras: acudiendo a una oficina de Correos o de manera on line a través de la página web de la empresa postal. Pero a quienes han intentado pedirlo on line les está resultando una pesadilla. La otra opcion, hacerlo presencialmente, no va mucho mejor y, en ocasiones, hay que esperar larguísimas colas en las oficinas postales. Todo un calvario. Tras las elecciones del 28 M, en las que la cota de la no participación fue de la más alta de la historia de la democracia, parece que nos empujan a una abstención obligada. ¿A quién favorece?

mredondo@deia.eus