TIENE bemoles, por decirlo con música, que a esa costumbre tan humana de poner a caldo a todo quisqui cuando quisqui no está se le dé la vuelta como un calcetín si quisqui deja de estar del todo. Quizá porque, ya en el hoyo, también dejamos de molestar o lo que sea que hagamos cuando antes de que nos den tierra, tal vez horno, nos ausentamos para volver al de un rato. Hagan la prueba: si lo hacemos de repente, volver, no irnos para siempre, las más de las veces no encontramos bemoles sino un silencio sostenido, incómodo, como entre notas discordantes. Sí, somos muy capaces de poner a parir al vecino... siempre que el vecino no esté y hasta que el vecino se muda al otro barrio. Ya dijo no sé quién que la muerte, eso que no nos concierne ni vivos, porque lo estamos, ni muertos, porque ya no estamos, nos cambia la vida. Y el caso es que, como escribió Benedetti, no hay motivo: después de todo, la muerte es apenas un síntoma de que se ha vivido. Sin embargo, quien, vivo él, corrompió absolutamente lo ya muy corruptible y corrupto, pasa a ser, al pasar a no ser, al pasar a mejor vida, un personaje “influyente”; quien pisó a todo aquel que se cruzó en su camino mientras anduvo por este mundo al encaminarse al otro es alguien que “deja huella”; y quien en vida escandalizó, más allá del escándalo incluso, ya muerto resulta “protagonista de la historia”. Sí, che riposi in pace Silvio Berlusconi.
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