VAYAN preparándose para posicionarse porque a finales de mes va a haber dos grupos de población claramente diferenciados en Bizkaia. Los de la fiebre amarilla con gusto no pica –la ciclista, se entiende– y los de las tourpataletas. Si con esta sequía ya no estamos a setas, sino a grandes eventos, habrá que acarrear con las consecuencias, entre ellas, las restricciones de tráfico que afectarán a medio centenar de localidades. Y, claro, habrá quien las sufra con el maillot puesto debajo de la ropa del trabajo y quien se acuerde de todos los antepasados del pelotón. A mí el ciclismo, ni fu ni fa, y eso que guardo como voto en paño la BH roja que me regalaron de niña, antes de que se inventasen eso de la obsolescencia programada. Funciona hasta la dinamo, a prueba de cuestas abajo y sin frenos. Y sin móvil grabando. Y a pelo. Así estamos. No como ahora, que los chavales aprenden a pedalear con casco, coderas, rodilleras, espinilleras, chaleco airbag y protector dental. Los ves y no sabes si les van a enseñar a andar en bici o los van a meter en un cañón y dispararlos como al hombre bala. En fin, que lo que dure el paso del Tour por estas tierras habrá que ir a trabajar en transporte público o bicicleta eléctrica. Si pillan una descargada, se harán una idea muy aproximada de las agujetas que tendrían de subir el Tourmalet. Y, entre ustedes y yo, no viene mal hacer pierna, no vaya a ser que el 23-J Vox nos dé un susto y haya que esprintar para salirse del mapa.

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