El uso de la inmigración como “arma” no es asunto casual ni puramente ideológico; es una herramienta táctica diseñada para movilizar electorados mediante ideas potentes. Es el enemigo externo, visto como un chivo expiatorio que permite culpabilizarles de problemas muy complejos sabiendo que no tienen voz. Aquí es donde entran la economía y el ámbito de la seguridad. Además, es claro el uso de un concepto ya muy popular, el de la superviviencia cultural, que presenta a los inmigrantes como una invasión que rompe la cultura local. Se genera así una respuesta emocional. El miedo es significativamente más potente que un programa electoral. La extrema derecha, con el uso y abuso de los inmigrantes, obliga al resto de partidos a jugar en su terreno, desplazando otros debates tanto o más importantes. La actuación del alcalde de Badalona, Xavier García Albiol, en el desalojo de más de 400 migrantes de un instituto abandonado en la ciudad no deja de ser un ejemplo más del uso y abuso que se hace de un delicado problema. Y no solo forzando la situación hasta extremos dantescos sino haciendo gala de una posición dura negada a la negociación e indemne a la crítica, especialmente significativa desde sectores religiosos de todo el Estado. La inmigración se ha convertido en el “arma perfecta” transversal: toca el miedo al futuro, la nostalgia del pasado y la frustración del presente. No se busca solucionar el fenómeno, sino mantenerlo en el centro del debate para alimentar la percepción de crisis permanente, que es donde la extrema derecha mejor se desenvuelve.
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