La paradoja de la democracia la expuso letra a letra Georges Clemenceau, él mismo contradictorio en su formación como médico y su labor de periodista y en sus ideas políticas y sus actos como gobernante. Dicen que puso el título J’accuse al artículo de Emile Zola sobre el caso Dreyfus, pero no se cuenta tanto que fue durísimo ministro de Interior y, tras la Gran Guerra, el más exigente en las compensaciones impuestas a Alemania que estuvieron en el origen de la Segunda Guerra Mundial. Clemenceau resumió el contrasentido democrático en una frase: “Gobernar en una democracia sería mucho más fácil si no hubiera que ganar elecciones”, dijo con el aplomo de quien lo fue casi todo en la Francia de finales del XIX e inicios del XX, imprescindible por otra parte para obviar que si no habría que ganar elecciones no se gobernaría una democracia sino otra cosa. También le llaman democracia en Melilla, donde al parecer para ganar elecciones un voto se paga entre 5 y 200 euros. Pero aquí estamos, a una semana de otra cita electoral, la más cercana al votante, a usted y a mí, que elegimos a quienes nos gobernarán cuatro años. También cómo. Más que otras veces incluso. Por cercanía y volumen del cuerpo electoral, son las elecciones en que más influye nuestro voto. Dijo también Clemenceau que el principio, el medio y el fin son los hechos, no los discursos. Sabía la diferencia entre palabra y materia como nadie.