TODO parece ir bien menos lo que viene. La sequía en la natalidad empieza a parecerse a la meteorológica, un secarral modulado por los regadíos en los campos de golf, un quiero pero no puedo. La etapa de la historia con más apoyos para el fomento de la natalidad ha escupido unos datos que anuncian la catástrofe y un futuro en jaque. A las ayudas económicas, los avales en la vivienda, las bajas por maternidad y paternidad o los cheques bebé, la sociedad sigue respondiendo que, o no quiere o no puede. Es un sistema que se retroalimenta, a menos nacimientos, menos mujeres en edad fértil que ya son un millón menos que hace 20 años. De las que quedan, por primera vez desde que el mundo es mundo, una buena bolsa de ellas tienen claro que tener hijos no entra en sus planes, ni siquiera por verse penalizadas laboralmente, por la falta de pareja o la incertidumbre de un escenario en la que el hijo o la hija es para siempre. Simplemente no lo desean como bofetón a ese patriarcado que siempre validó a las mujeres por unos logros que pasaban por el matrimonio y la maternidad. “O dos o ninguno”, escuché una vez. De las que superan los 40 y lo tenían clarísimo desde niñas, hasta las que ahora, de adultas, ya han visto nítido que no, que ni con hombres feministas en casa, ni con conciliación o empujes económicos. Las normas sociales han cambiado y familias hay muchas, hasta sin hijos. Y así, cada vez más. Y cada vez menos.

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