EL otro día un amigo me propuso el reto de que, cada vez que me quejase de algo, me cambiara la pulsera de mano. El objetivo era conseguir llevarla un solo día en el mismo brazo. Se ve que todavía me queda mucho para evolucionar como ser humano porque no hay ni una sola hora en la que mi pulsera no baile de mano. ¿Quién puede ser indiferente a hechos como el caso del médico y su mujer detenidos por maltratar y agredir a sus ocho hijos menores en su chalé de Colmenar Viejo? Cada día que pasa se van conociendo nuevos detalles de esta casa de los horrores que ponen los pelos de punta. Ahora, una de las hijas, de tan solo 14 años, ha acusado al padre de presuntos abusos sexuales; la menor ha dicho a los policías que les hacía ver porno y a representarlo para él. Lo más grave de todo es que desde 2015 vecinos y profesores ya habían dado la voz de alarma de que algo estaba pasando, ha habido un sinfín de avisos que no han impedido el sufrimiento de las niñas y los niños durante más de ocho años. Los menores han contado a los agentes que eran agredidos, que faltaban a clase y que recibían un trato degradante de su padre. Algo falla en el sistema para que estos hechos se repitan hasta la náusea. Son los ojos cerrados de una sociedad que no quiere aceptar sus peores vergüenzas y abandona a los más desprotegidos a su deriva.

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